Daba gusto escuchar a Héctor. Esos ratos, cada vez más breves, eran un disfrute. Padre de un buen amigo, durante años un incansable viajero, de los pocos que verdaderamente podríamos llamar cosmopolitas. No se limitaba a despegar y aterrizar, claro, vivía cada país concediéndole el regalo de mirar desde la ignorancia y el apasionamiento. Pero siempre sintió un enorme apego a su tierra. Aquella de la que forzadamente se desarraigó, ahora aquí, ahora allá (donde le conocí). Amante de España, con un conocimiento enciclopédico de la historia de nuestro país, pero sobre todo de nuestro carácter, que según él se definía por la gastronomía. Esa que amaba tanto que, como león viejo que era, fue la tierra que eligió para sus últimos días.

Héctor nos miraba divertidos cuando nos quejábamos de los ritmos de trabajo en la zona del Trópico. Nos dejaba desfogarnos y luego decía, «qué pena, tan jóvenes y tan listos, pero no comprenden ni un clima». No se podían modificar cinco siglos de calor extremo y humedad desaforada forzando a una sociedad a trabajar en horas en las que ninguno de sus ancestros había siquiera levantado una mano. Que nosotros viésemos asfalto y rascacielos no quería decir que hacía veinte o treinta años todavía la selva era reina y señora de esas tierras. «Es decir, ayer. Así que entiendan antes las circunstancias para entender a la persona».

Ana Iris Simón, en su festiva y aclamada «Feria», cuenta que su pueblo, epítome de toda La Mancha, está atravesado por tres realidades: la ausencia total de relieve, el Quijote y el viento. Bueno, en puridad, dos realidades y una ficción. Pero es que la obra de Cervantes ha tomado cuerpo y vida en aquellas tierras, es difícil dejarla reducida a ser sólo una fábula. Incluye, eso sí, un fenómeno climatológico. Curioso.

Cada uno tendrá su definición, pero la anatomía de Extremadura ya nace en su nombre. Si hay tres realidades que conjugan la región serían el campo, el peso de la historia…y el clima extremo. Todo en nuestra comunidad posee una larga historia detrás, una riqueza cultural casi inabarcable, que convive mal con una tradición reciente de atraso y desconexión económica. Que aún hoy, incluso si pretendemos lo contrario, nos genera cierto complejo y nos conduce a un cierto ombliguismo, a un mirar orgulloso y excluyente hacia dentro. Que no en pocas ocasiones deriva en un victimismo fácilmente manipulable. ¿Somos indulgentes con nosotros mismos como mecanismos de defensa?

"Del Jerte a Monesterio va un mundo, un paseo en el que cambia la climatología, el paisaje, la vivienda y el hablar"

No hay tantas zonas en España tan malentendidas como Extremadura. Y gran parte de ese desconocimiento viene de la naturaleza extrema de nuestra climatología. Intenso frío e inaguantable calor seco. Pero no sólo es eso: es desigual y basta para ello un recorrido por nuestras tierras. 

Un eje Badajoz-Cáceres al que se ha orillado en virtud de la salomónica por artificial creación de la «Mérida administrativa». Lo que ha dejado a un lado a Plasencia y el norte, generando una afección castellana que tiene cierta lógica. Del Jerte a Monesterio va un mundo, un paseo en el que cambia la climatología, el paisaje, la vivienda y el hablar. Tanta diversidad hace complicado al foráneo asir Extremadura en una única realidad. Amplia para un resumen, compleja para comprender de un vistazo. Sólo que nosotros sabemos que eso es precisamente Extremadura.

Esa dicotomía se repite en nuestras ciudades. Cáceres es a la vez conservadora y «novelera». O quizás porque es una cosa, le atraiga la otra. Las piedras coronan nuestra ciudad como fuente de sana vanidad (e ingresos). Pero el manto de tradicionalidad hace que cualquier novedad sea rápidamente tragada. Y no pocas veces, igualmente velozmente olvidada. 

¿Cómo se puede actuar o convivir en una ciudad sin entenderla en sus rasgos más básicos? La ciudad no sólo es un plano en un mapa (aunque leer la ordenación de la ciudad realmente es revelador) ni su parte más reconocible. Es su gente, originaria o heredada. Es su ordenación, con calles perfectamente diseñadas o partes antiguas que hay que saber integrar. Son sus fiestas y gustos más tradicionales. Es, por supuesto, su climatología. Un cuento de cuatro intensas y diferenciadas estaciones.

Me pregunto si lo que nos estanca es precisamente no habernos entendido.

*Abogado, experto en finanzas