El pasado miércoles se cumplieron 121 años de la muerte de Friedrich Nietzsche. Coincidiendo más o menos con la efeméride, leí el libro Transición Nietzsche, de Germán Cano, publicado hace unos meses por Pre-Textos, y que pretende responder a la pregunta de «qué hay hoy de muerto y de vivo en la filosofía de Nietzsche». Y la respuesta, a lo largo de más de trescientas páginas, no deja lugar a dudas: si cincuenta años después de su muerte, Gottfried Benn declaraba que «Nietzsche es el gigante por excelencia» y que «para mi generación fue el terremoto de la época y el más grande genio de la lengua alemana después de Lutero», y Thomas Mann confesaba que todos los problemas que asediaron a sus coetáneos habían sido adelantados por ese pensador, Germán Cano nos incita a releer sin prejuicios a un filósofo que, como otros grandes (de Hegel a Heidegger) ha tenido lecturas de derechas y de izquierdas: de las primeras, la simplificadora de los nazis, para los cuales el Übermensch o «superhombre» (que debería traducirse más bien por «ser humano superior») era el miembro de la raza aria, ocultaba la demoledora crítica de Nietzsche al nacionalismo alemán y su simpatía por los judíos; en España, el «raciovitalismo» de Ortega y Gasset fue algo así como un nietzscheanismo para señoritos. 

En la izquierda, como recorre Cano, Nietzsche tuvo un revival en Francia en los años sesenta y setenta, con interpretaciones tan originales como las de Michel Foucault, Gilles Deleuze o Jacques Derrida. A nivel más local, recuerdo a Jesús Miranda, mi entrañable profesor de filosofía en el I.E.S. Pedro de Valdivia, que intentaba la difícil síntesis de ser marxista y nietzscheano. Y doy fe de que el filósofo de lo dionisiaco y el eterno retorno causaba estragos entre adolescentes y postadolescentes: desde aquel tontorrón que celebraba un exabrupto de Zaratustra («¿vas con mujeres? No olvides el látigo») a la pareja que conocí cuando estaba de Erasmus en Orleans (francesa ella, madrileño él), empeñados en difundir «la buena nueva» de Nietzsche entre los universitarios. Ignoro si su apostolado tuvo éxito.  

Como dijo Nietzsche con respecto a Schopenhauer, «tus educadores no pueden ser otra cosa que tus liberadores»

Uno de los textos sobre los que más veces vuelve Germán Cano en su libro (de innúmeras ramificaciones imposibles de desarrollar aquí) es el temprano ensayo «Schopenhauer como educador», incluido en las Consideraciones intempestivas. Realmente la lectura de Nietzsche (pese a sus exabruptos, o también por ellos, porque nos enseñan a escuchar a alguien con quien no tenemos por qué estar de acuerdo en todo) es de las más profundamente educativas que pueda hacerse, pues, como dijo él respecto a Schopenhauer, «tus educadores no pueden ser otra cosa que tus liberadores». En eso, su lectura es antidogmática, al contrario que a veces la de Heidegger, quien intentó en vano superar al pensador de Röcken, pues como describe vistosamente Cano, «lo que entra por la puerta hermenéutica nietzscheana –la reconciliación entre ser y valor, conocimiento y vida– sale por la ventana heideggeriana como abismática oposición entre naturaleza y ontología, entre voluntad y ser». 

El autor, que aparte de profesor de filosofía en la Universidad de Alcalá fue por un tiempo miembro del Consejo Ciudadano de Podemos, se muestra preocupado por el peligro de dejar, paradójicamente, lo dionisiaco a la derecha (Díaz Ayuso como bacante celebrada por los faunos de bar en bar), y mostrar a una izquierda de ceño fruncido y dando demasiadas lecciones. Si la filósofa y politóloga Wendy Brown pedía «una política feminista sin resentimiento», Germán Cano cree que el vitalismo plebeyo y crítico de Nietzsche puede aportar sugerencias e inspiraciones para una izquierda que ha obtenido sus mayores triunfos cuando ha querido «defender la alegría».

* Escritor y profesor