Un cierto dolor nos alcanza. Un añico o dobladura, una astilla. Cascotes de dolor por todas partes; vivimos entre escombros de dolor. Y es ahora que nos alcanza de lleno y nos asedia, cuando comprendo que este cierto dolor es nuestro patrimonio, aquello que nuestros padres nos dejan en usufructo, la herencia que persevera. Mientras tanto, somos el resultado de lo anterior a nosotros, memoria de los huesos, cronistas de ¡tantas muertes!

Yo no me quito de la cabeza esta pandemia de odio, ni la belleza de las mujeres valientes de Herat que andan estos días plantando cara a los hijos de Kandahar, ya sin protección alguna. Mujeres bizarras, temerarias y resueltas a no dejarse enjaular por esos bestias. 

Bestias sí, que se oponen a todo tipo concebible de entretenimiento. Bárbaros que ya en 1998 prohibieron la música y el cine. Según cuenta Ahmed Rashid en su libro ‘Los Talibán’, ellos mismos afirmaban: “comprendemos que la gente necesita cierta diversión, pero pueden ir a los parques a ver las flores y así aprenderán acerca del Islam” … cierta diversión dicen. 

¿No será más bien cierto dolor? ¡Inspiración, dame la palabra exacta! Ven y regálame la palabra-terciopelo que no añada más dolor; la palabra-abrigo y sobre todo las aladas, veloces y acuciantes. Dame palabras azules que bailen sin ser vistas entre los pliegues de cada uno de sus burkas.

Inspiración, dame palabras que se lleven este dolor. ¡Auxilio!

Pobres de nosotros. La inspiración responde: socorro, auxilio. No tiene nada que ofrecernos tal vez porque las palabras son como las olas, se enredan y encadenan, crecen, se hacen espuma y enrollan cual caracolas para tocar tierra, si las capturas a tiempo podrás escribir algo digno, si no… la noche será larga como el aullido del lobo y el corazón parecerá una casa edificada en tierras movedizas, un cielo sin pájaros, una almendra sujeta por el hilo de la primavera a su árbol.

Son estos días extraños por no decir insufribles, días en los que el corazón suena desafinado, parece descolgarse de la partitura de la vida, amanece destemplado no sabe de qué alimentarse ni en qué vasito ir dejando su llovizna. ¡Tanta sangre!

"Queremos que el corazón nos hable, nos auxilie, se vierta por la pendiente de las incertidumbres. Pobres. El corazón responde: socorro"

Pobre de nosotras. Queremos que el corazón nos hable, nos auxilie, se vierta por la pendiente de las incertidumbres. Pobres. El corazón responde: socorro, auxilio.

Ante tal estado de vulnerabilidad quisiera que el corazón se convirtiera de súbito en una ventana con vistas al mar o en su defecto, aquello que el mar restituye: la tempestad. Esto sí lo comprendo, es el ciclo vital: el mar nos envía palabras nubadas, rachas, profusión y temporales… la lluvia, esa porción del mar que nos devuelve ¡tantos naufragios!

Intento comprender que somos tan solo un hilo conductor que va del Yo a la nada y que apenas estamos en el preciso instante pues somos el papel mojado de ¡tantas promesas!

Al fin y al cabo, somos el barro que el agua deja a su paso, cuando ella se va con su jersey azul y el asfalto brota percudido, ensuciado por la tierra que fue removida de su entraña. Un emplaste de desolación. ¿Y no será que las ciudades se han desbordado de la linde natural y están usurpando al mar su caminar y al bosque su precioso latir?

Asediados por huracanes, tornados, tormentas, talibanes, danas y otros dramas desencadenados en unos pocos días, parecemos los perfectos invitados a la gala del horror, al preestreno de un mini apocalipsis como si se tratara de un ensayo general antes de la gran traca final. 

¡Tanto y tanto barro! Un entierro de almas, una riada de casas que se desmoronan como tarta de chocolate en una fiesta de niños. Casas de papel, meros cascotes, migajas de la vida anterior. Escombros dispersos por el jardín ennegrecido. Es la fiesta de la desesperanza a donde se va con botas de agua.

El corazón no aguanta más.

* Periodista