Hemos sabido hace unos días que el Consejo Escolar de Providence, responsable de 30 colegios francófonos del sudoeste de la provincia canadiense de Ontario, promovió la retirada de unos 4.700 libros de las bibliotecas escolares y la quema de centenares de ellos por presentar contenidos que, según su criterio, trasladaban una imagen negativa de los pueblos indígenas que podía resultar ofensiva para miembros de las comunidades aborígenes. Entre las múltiples obras arrojadas a la pira se encontraban clásicos de las viñetas como Astérix, Tintín, Lucky Luke, enciclopedias y otros títulos protagonizados por personajes como la célebre Pocahontas de Disney. Después de que las llamas consumieran decenas de miles de páginas, los promotores de tan singular iniciativa plantaron algún árbol y rociaron parte de los hoyos en que se sembraron con la ceniza resultante de la destrucción de los libros y cómics condenados. Todo esta performance no fue el resultado de una ocurrencia, ni de la improvisación, puesto que se enmarcaba en un proyecto bautizado con el nombre ‘Devolver a la tierra’, lo que suma al asunto un plus de premeditación que retrata, definitivamente, a quienes decidieron ejecutar un plan propio de auténticos cavernícolas. Pero, a pesar del eco de la noticia, la de los canadienses tampoco dista mucho de otras acciones similares, que han planteado -e incluso conseguido- la retirada de películas de las plataformas, la modificación de vocablos utilizados en clásicos literarios o la inclusión de mensajes aclaratorios al inicio del metraje de filmes estrenados hace décadas. En todos los casos, asistimos a la escenificación de ceremonias inquisitoriales a través de la que determinados grupos de presión pretenden decidir por nosotros acerca de lo que podemos leer, contemplar y escuchar.

Todos ellos se yerguen en jueces supremos y se arrogan el derecho de hurtarnos la posibilidad de acceder a los contenidos y formarnos nuestra propia opinión sobre ellos. Su ceguera, sectarismo, soberbia y afán de dominación son tales que no les permiten dejar ningún resquicio para el libre pensamiento o para el mero disfrute con obras literarias, cinematográficas, musicales, humorísticas o artísticas alumbradas en épocas pasadas, e hijas, por tanto, de su tiempo. No reparan, sin embargo, en que hasta el día de hoy caducará mañana. Y que, por ello y según sus propias reglas, esa hoguera, que ahora alimentan, acabará por consumir hasta sus más preciados libros de cabecera.

*Diplomado en Magisterio