Póngase un avión de 250 pasajeros, póngase un accidente de avión cada mes y póngase España. El resultado: 3.000 muertes al año en accidentes de avión en España. Una cifra insoportable. Y que exigiría. Pero una cifra por debajo de la cifra de suicidios que se producen cada año: 3.600, sin incluir los que no se registran como suicidios y, por descontado, los intentos. 

El silencio sobre los suicidios se comprende en el caso de la familia que calla sobre su suicida, que tal vez le avergüenza. Pero ¿y el Estado? ¿Y la sociedad? Es verdad que existe el Día Internacional de la Prevención del Suicidio, justamente el pasado día 10, al igual que existe el Día Internacional Contra la Calvicie o el Día Mundial del Turista. Pero eso es todo. Al día siguiente, la calvicie, el turismo y los suicidios vuelven al silencio. Hoy, por cierto, es el Día Mundial de la Dermatitis Atópica, enhorabuena a los protagonistas.

Lo del periodismo con los suicidios es conocido. Desde que Paul Aubry publicó en 1895 Le contagion du meurtre, los periódicos no dan noticias de suicidios, en la creencia (superstición) de que publicar suicidios puede provocar un efecto imitación: que unos suicidas contagien a otros. Se trata de un ejercicio de buenismo impropio de la prensa, en todo caso, pero es que la relación entre la publicación de suicidios y el incremento de suicidas es falsa. Lo único probado es que si hay más suicidios después de la noticia de un suicidio, el motivo no es la emulación: es, sencillamente, que el suicida acelera su decisión. Dicho de otro modo: el periodismo no crea suicidas. 

Lo único probado es que si hay más suicidios después de la noticia del suicidio el motivo no es la emulación

Luego está el peso (también insoportable) de la educación y la cultura católicas, que impiden hablar con claridad de los suicidios, por cuanto el suicidio va contra la idea de que la vida es un don de Dios, tanto para concederla como para arrebatarla. Hay demasiadas adherencias religiosas todavía para tratar el suicidio sin prejuicios. Además, la Iglesia se encarga de que el suicidio no exista, interfiriendo en la sociedad contra él del mismo modo que interfiere contra el derecho a la eutanasia o el derecho al aborto. No puede aceptar que lo que cada cual haga con su vida es asunto suyo siempre. 

Pero, al margen de tabúes y prejuicios, está el Sistema Nacional de Salud, incapacitado para atender a personas con patologías mentales por falta de especialistas y recursos. Un problema político. Aunque el Gobierno ha aprobado recientemente la creación de una nueva especialidad de psiquiatría infantil y adolescente (España era el único país europeo, junto a Bulgaria, sin esta especialidad), no es suficiente para encarar el resultado de los más de doce accidentes de avión al año producidos en España que el diputado Iñigo Errejón intentó exponer en el Congreso. Ni para encarar la respuesta del Partido Popular, vía Carmelo Romero: «¡Vete al médico!». 

Si los obituarios sobre suicidas son literarios, casi líricos, es por la obligación de callar la causa de la muerte. Inteligibles, pero muy agradecidos por la familia.

*Funcionario