En Penha García, cerca de Monfortinho (Portugal) hay uno de esos espacios en los que el viajero contiene la respiración cuando alcanza la cima del destino. Frente a sus ojos las embalsadas aguas del río Ponsul, en la cuenca del Tajo, desvelan un gran valle de relieves geográficos imposibles, perfecto para la escalada, roquedos donde los fósiles están al alcance de la mano, fortalezas templarias, molinos y cuevas con indiscutible sabor telúrico. Invitados por el Clúster del Turismo de Extremadura con motivo de su encuentro anual, varios profesionales del periodismo tratamos de explicar allí este fin de semana estos nuevos y extraños tiempos, marcados por la digitalización.

Es curioso, porque en pocas ocasiones he visto un público profesional tan interesado, volcado en participar y hacer preguntas. Si algo quedó claro es que la Raya es una gran oportunidad y una marca turística distinguible y aprovechable a ambos lados de su difuminado trazo. En Idanha-a-Velha empresarios, guías y consultores insistieron en la necesidad de que el turismo incrementara su proactividad y se pusieron sobre la mesa proyectos conjuntos y problemas compartidos. ¡Y cómo abren los ojos nuestros vecinos de la Beira Baixa ante nuestras iniciativas! Cuando Pilar Acosta habla del proyecto Gran Buda de Cáceres, Alberto Piris de su Monumento Natural de La Data o Antonio García Salas del Corredor Sudoeste Ibérico se hace el silencio y se atiende con interés. El sector ya se prepara para cuando este vendaval pandémico pase, qué pasará. Hay hambre de viajar y descubrir. Por eso tenemos que estar listos. No podemos defraudar al caminante. Si lo hacemos, todos nuestros esfuerzos habrán caído en saco roto. Por cierto, que en Penha García había una exposición artística dedicada a San Pedro de Alcántara y se rinden honores a la Virgen de Guadalupe. Tan lejos y tan cerca de nuestros corazones.