Hay que reconocerle a la naturaleza su calidad de escenógrafa. Este lunes, por ejemplo, se empleó a fondo para recordarnos que el verano está llegando a su fin. No faltó un detalle, salvo quizá Pancho de Verano azul corriendo detrás del coche de Julia con un cuadro en la mano. Y alguna que otra silla de terraza arrastrada por el viento ,o una sombrilla si hubiéramos estado cerca del mar. Pero a cambio tuvimos lluvia, de la de verdad, no ese calabobos del que te recuperas enseguida. Y viento, y puertas que se cerraron de madrugada violentamente, para sacarnos del sueño desapacible en que la sábana que sobraba en agosto era poco para calentar unos cuerpos no acostumbrados al frío. Era lunes, como no podía ser de otra forma. El cielo estaba gris, las calles, mojadas, y los niños saltaban sobre los charcos sin ningunas ganas de entrar en clase. Sonaban los timbres, los coches de algunos padres estaban aparcados casi en la puerta de la misma clase y los ceños habían amanecido fruncidos. Pero ellos, los niños, formaban corrillos, reían, se mostraban los libros y el material nuevo. Luego, los padres volvieron a sus trabajos o a su paseo y gimnasio para perder un poco del lustre del verano, abrieron los cierres de las tiendas y las academias, y la ciudad se preparó para ponerse al día de los buenos propósitos. Mientras, seguía lloviendo porque así lo indicaba el libreto, sonaba algún que otro trueno,y las alcantarillas se colapsaban con las hojas de un otoño que aún no había empezado. En ese escenario los actores, que hacían de médicos, albañiles, cocineros, conductores, abogados o cualquier otro papel, comenzaron a recitar un texto que habían olvidado, y se movían torpemente, aún no preparados para una función y unos horarios que no querían aprender. Enseguida nos acostumbraremos a la ropa que pica, a correr de una punta a otra, a recitar nuestros parlamentos en la oficina, el banco, la tienda y las extraescolares. Y la naturaleza, la muy puñetera, después de cantarnos el final del verano con su lluvia, nos regalará un veranillo de los membrillos dulce y dorado, un premio de consolación para un invierno en el que tendremos función continua, lleno absoluto y un papel que a lo mejor no es el que nos gustaría, pero que con un poco de esfuerzo podemos cambiar. 

*Escritora y profesora