Era complicado que tardásemos en ver consecuencias de la pandemia, más allá de las obvias preocupaciones sanitarias y las restricciones sociales que han conllevado las medidas de seguridad. Pocos dudan de que el covid-19 ya ha cambiado el mundo, incluso si vemos a nuestro alrededor esperanzadores visos de «normalidad». Pero la pandemia se ha extendido (sin que haya aún finalizado) casi veinticuatro meses. Demasiado para que un evento global no sea lo que los anglosajones llaman «gamechanger» para la economía: un cambio de las reglas del juego.

En España ha pasado desapercibida, aún siendo la noticia económica del mes, casi del año (que esta noticia pase «bajo el radar» también debiera ponernos en alerta en los temas que demandamos a los medios). Incluso con las lógicas cautelas que nacen la oscuridad con que las noticias salen del gigante asiático, China Evergrande, enorme conglomerado empresarial de raíces inmobiliarias, sufría públicamente una crisis de liquidez que comprometía su futuro. Cuando a los vencedores de bonos corporativos les ofreció sólo un pago parcial (y no de los intereses, sino del total del capital invertido) se desataron todas las alarmas. 

El enfriamiento del mercado inmobiliario en China y la ralentización del consumo han sido las causas de que la compañía Evergrande esté al borde del colapso. Para los más futboleros, quizás el nombre sea conocido, ya que la corporación posee un equipo de fútbol en Guangzhou. Las dimensiones de la caída espantan: Evergrande acumula pasivos totales de más de 250.000 millones de euros. Representa ni más ni menos que el 2% del PIB de China y su caída no amenaza sólo al sector inmobiliario sino a sus financiadores, el sector financiero del país. Quizás ahora les sorprenda más no oír hablado de ello, si es el caso.

¿Por qué ocurre esta «despreocupación»? Por el impacto directo: casi la totalidad de la deuda está en manos -públicas y privadas- chinas, con lo que el efecto directo en el resto del mundo (en España, por ejemplo) sería realmente muy limitada. Caso distinto es el indirecto.

La primera duda surge en cómo un régimen tan controlador como el chino «permite» la internalización de esta crisis, poniendo además en duda que vaya a actuar como último recurso si la crisis no es controlada por la compañía. Algo que, más en una coyuntura como la actual, tendría toda lógica. Como hemos comentado, las pérdidas supondrían una bárbara conmoción para su economía doméstica. 

Sin embargo, las noticias apuntan en el sentido de que el gobierno chino no se siente cómodo con estos rescates y piensan en seguir imponiendo regulaciones más severas para la financiación de empresas y promotores, especialmente en un sector que es el motor de crecimiento actual chino. ¿China está preparada para perder cuatro o cincos puntos de crecimiento en el «año +1» después de Wuhan?

Mi teoría es distinta: China no dejará caer Evergrande porque sabe del efecto dominó de este evento a nivel global. Y quizás es eso lo que esté testando. El sector bancario del país no es sólo funciona como sistema financiero interno sino que se despliega como toda una herramienta de política exterior, su diplomacia económica. En China, la economía (aún de mercado) está supeditada a los intereses políticos del país. Para Evergrande vienen malos tiempos, seguro. Pero su deuda se reducirá al ritmo que marque el gobierno, que no puede arriesgarse a una inestabilidad financiera «privada». No será un rescate al estilo europeo, pero me extrañaría que cuando se publiquen estas líneas no hubiera aparecido ya un balón de oxígeno.

China necesita influir a través de su sistema financiero, y eso no lo va a perder. En cierto modo, aprovechan la oportunidad para cuestionar la recuperación de aquellos países que dependen del tirón de su financiación. Y no son pocos.

Algo similar está ocurriendo con el control de las materias primas, cada vez más concentradas en Asia o en una África cuyos hilos se mueven desde otros centros de poder que no son locales. Auguro que no veremos desabastecimientos, pero en los próximos dos o tres años comprobaremos variaciones en precios que considerábamos fijos, por el mero encarecimiento del transporte o la dificultad de acceso a los productos, consecuencias, sí, de la pandemia que todavía afrontamos.

*Abogado, experto en finanzas