Todos nosotros, desde nuestra más tierna infancia y desde el más recóndito de nuestros pueblos, hemos sido testigos, a lo largo de los años, de la renuncia de muchos ministros de Cristo. Es verdad que la noticia siempre caía como un jarro de agua fría para todos. Era una gran sorpresa porque nadie esperaba que D. Fulanito o D. Menganito, con lo buenos que eran, renunciaran al Ministerio Sagrado. “¡Con todos los secretos que le hemos confiado en el confesionario!”, decían algunas mujeres, un poco incrédulas de eso del secreto de la confesión y casi completamente seguras de que sus secretos compartidos tras las rejillas de madera, serían ahora conocidos por los nuevos familiares del que fue y ahora ya no será cura nunca más.

La manera encriptada de comunicar en los pueblos que D. Fulanito se salía de cura era que al sacerdote se le habían calentado los bajos de la sotana porque, efectivamente, quien renunciaba a ser pastor de la iglesia no era porque se fuera a hacer el Camino de Santiago, ni a comprar tabaco ni a hacer ejercicios espirituales, sino simplemente porque había caído perdidamente enamorado en los brazos de alguna mujer que le había enseñado que el cielo no  está tan alto como dicen, y él, hasta entonces, creía.

 Y, aunque, algunos de los feligreses, podrían estar contrariados por la decisión del sacerdote enamorado, al final todos acababan entendiendo que, muchas veces, las flechas de Cupido se clavan tan profundas que nublan la vista y se adueñan de la mente de aquel que creía tener las ideas claras y el camino expedito. Por eso, con toda normalidad, se han ido aceptando todas las renuncias de religiosos que, a lo largo de los años hemos ido conociendo, y que siempre tenían que ver con un claro enamoramiento que se adueñaba claramente de la voluntad del enamorado, como siempre le ha ocurrido al que se enamora de verdad.

  Conque a mí, particularmente, no me extraña en absoluto lo que le ha pasado al Obispo de Solsona, Xavier Novell. Al Sr. Obispo se le han calentado los bajos de la sotana cuando releía una y otra vez las novelas eróticas de la escritora Silvia Caballo y ha caído enredado en las redes del amor, y profundamente herido por las flechas que Cupido ha dejado escapar de su infalible arco.

"Muchas veces las flechas de Cupido se clavan tan profundas que nublan la vista y se adueñan de la mente"

Sin embargo, lo que verdaderamente me asombra es que, de las noches de amor encendido del que estarán disfrutando Xavier y Silvia, se diga que el que tiene la culpa es el Diablo. Si dice la propia Silvia que le encanta amar y ser amada y que quiere vivir la vida al máximo y que, además, le gusta buscar emociones y sensaciones nuevas, y el Sr. Obispo está encantado de la vida, ¿qué tiene que ver Lucifer en todo esto? ¡Bastante tiene él con encargarse de mantener encendidas las brasas de fuego en las profundidades más profundas del averno donde asar para la eternidad a los malos de verdad, como para tener que subir ahora, ni más ni menos que a la región catalana, a Sonsoles, a malmeter al Obispo para que le tire los tejos a la escritora! ¡Qué tontería! ¡Como si el Diablo no tuviera otra cosa que hacer!

Mal andamos si, casi ya alcanzando el primer cuarto del siglo XXI, desde el mismo Vaticano, al intentar solucionar este caso, se pide al Obispo que se someta a un Exorcismo para sacar al diablo de su cerebro, cuando quien lo ocupa ahora, por encima de todo, es algo tan grande como el amor con que la escritora ha acercado un poquito más el cielo al Sr. Obispo.

*Ex director del IES Ágora de Cáceres