Lo más interesante de la detención de Carles Puigdemont es lo que ha declarado: «España no pierde nunca la oportunidad de hacer el ridículo». Es tal el efecto causado, en cuanto ofensa, que incluso ha eclipsado la detención. Y eso que el refranero (permiso, Juan José Ventura) advierte que uno no ofende si dos no quieren.

Si los delitos de los independentistas desaparecieron con los indultos (aunque a Puigdemont todavía haya que juzgarlo y condenarlo, por supuesto, pues no se entendería un indulto sin condena, o sin condenado, mejor) y si la detención de Puigdemont seguramente estaba pactada (era el único problema pendiente del independentismo: qué hacer con él), lo más interesante de la detención de Puigdemont es que se dé al insulto, no por gusto ni desahogo, sino para poder seguir siendo el expresident y, a mayores, el expresident en el exilio, que da caché. Si no, sería un procesado más. Algo así como Oriol Junqueras, por citar al que todavía suena algo. El expresident asimila la derrota del independentismo del mismo que creía que obtendría la independencia: insultando a España. 

Pero habría ofendido... Hasta ahora, Puigdemont habría ofendido con la independencia, primero, y con la huida de la justicia, después. Ahora, aprovechando el protagonismo de la detención, habría vuelto a ofender diciendo que España no pierde la ocasión de hacer el ridículo. Y que esa ofensa sería mayor que la de querer que Cataluña no perteneciera a España y que la de burlarse de la justicia. Bien. Baste decir que él tampoco ha perdido nunca la oportunidad de hacer lo mismo. Pidiendo la independencia, por ejemplo: el ridículo fue especialmente vergonzante (alipori) ante la Unión Europea, por razones obvias, pero también ante cualquiera que quisiera oírle, no precisamente los alcaldes de Villanueva de la Serena y de Don Benito, dicho sea de paso. O fugándose de la justicia tras declarar y revocar (todo en uno) la independencia de Cataluña: el ridículo fue huir, sobre todo cuando los demás se quedaron y afrontaron detención, juicio y cárcel. Pero la cuestión es que habría ofendido entonces y habría vuelto a ofender ahora.

Habría que preguntar a los españoles, uno a uno, porque decir que ofende a España sería decir demasiado. Se sabe que insultar a España es la forma de Puigdemont de decir que no quiere ser español, y que para no serlo intentó un golpe de Estado contra la democracia, y que hubo de huir de España para no ser juzgado por ello, pero hacer ofensas de sus delirios personales y políticos... Y que la peor ofensa es que haya dicho que España no desaprovecha la oportunidad de hacer el ridículo, justo después de ser detenido por los delitos cometidos en España... Un poco ridículo sí es.

*Funcionario