Y es lo bueno –para mí, claro– de escribir un artículo de opinión, que, como le digo a una compañera del periódico en broma (o eso es lo que ella cree, que va en broma), me evito la terapia porque se lo cuento a ustedes en vez de a una profesional. Así que hoy vengo a desahogarme de algo que no es noticia porque las noticias vuelan y cuando pasan de moda ya no lo son aunque sigan exactamente igual, porque nos aburre hablar de lo mismo y hay que cambiar, o qué me dicen del máximo histórico de la luz –¿cuántas veces puede darse la misma noticia?–, de las estadísticas de la pandemia o de las vulneraciones atroces de los derechos de las mujeres en Afganistán. De eso sí que nos hemos aburrido pronto, ¿eh? Qué fácil pasamos página y abandonamos a su suerte a veinte millones de mujeres y niñas. En cambio, los dimes y diretes broncos y bochornosos en sede parlamentaria nos los tragamos sin masticar. También a Casado con su flamante Convención, con su Sarkozy condenado por financiación ilegal, corrupción y tráfico de influencias –toma joyita– y su Vargas Llosa exhortándonos a votar bien, ¿bien para quién? ¿Para los potentados con privilegios como él, o para el resto? Ni siquiera un premio Nobel debería permitirse infravalorar las cabezas pensantes de los demás. Y luego está el volcán, que se ha venido muy arriba y copa los telediarios, pero en cuanto se calme pasarán de él como de Casado, o qué se han creído los dos, y allá se las apañen los palmeros y palmeras con sus no casas y sus no plataneros y su no sé cómo y de qué manera supervivencia. 

Hay cosas que tendrían que seguir siendo noticia hasta que se solucionaran. Una de ellas, no tan grave como para no sobrevivir, pero desde luego sí para que nos lleven los demonios cada vez que nos toca enfrentarla, es la situación de abandono que sufre Extremadura en tema de transporte público. Sí, el tren digno, el que nos falta, o el tren de los indignados, que es como acabamos cuando lo sufrimos. Como me he empeñado en vivir en esta tierra a pesar de viajar más que Calleja, hago lo que puedo por sortearlo: coche propio, Blablacar, autobús regional. Pero a veces no queda otra y recaigo, y la semana pasada estaba yo en Madrid liada con la Feria del Libro y tenía la gala de los premios Avuelapluma en Cáceres, que no pensaba perderme por nada del mundo porque hay pocas cosas tan bonitas como que le reconozcan a una en su propia tierra. Total. Cuatro horas que se convierten en cinco, en cuatro y media con suerte, en seis en un día malo. Traqueteo, calor agobiante, suspiros de la concurrencia. Junto a mí viajaba una pareja mayor. El hombre era el resignado que le echaba paciencia con una pizca de humor para rebajar, y la mujer la que no dejaba de lamentarse, aunque también lo hacía con gracia. Con cada nueva parada, la señora se desesperaba. ¿Dónde estamos? En Casatejada. ¿Dónde estamos? En Oropesa de Toledo. ¿Esto ya es Madrid? No, señora, Torrijos. ¿Madrid? Illescas. ¿Madrid? Bueno, sí, pero Leganés. «Manolo, si salgo de esta no vuelvo a coger un tren en lo que me queda de vida». Por lo menos me tuve que reír.

"El tren digno, el que nos falta, o el tren de los indignados, que es como acabamos cuando lo sufrimos"

En fin, la señora sobrevivió, y a mí me valió la pena porque disfruté de la gala por muchos motivos. Como servirme de excusa para acometer la lectura pendiente de Fariña, el libro de Nacho Carretero, premio a la Libertad de Expresión; o conocer a la divertida, humilde y todavía más bonita por dentro que por fuera Cristina Gallego, con quien me rio cada noche a la hora de la cena, premio de las Artes Escénicas; maravillarme con el torrente de voz y fuerza y compromiso de Bambikina, la jaraiceña premio de la Música; llevarme un reportaje de aquel día inolvidable de la mano de Elena, la hija del fotoperiodista Jesús Blasco de Avellaneda, premio de Fotografía –cuidado con lavástaga de nueve añitos que le pisa los talones–. O descubrir el Cine Club Gallinero, premio de Cine, con veinte años apostando por el modelo de cultura en los pueblos con el que sueño como futuro ideal. Gracias por abrirme todas esas puertas mágicas, amigos. Ya estamos emplumados; ahora solo nos falta estar mejor conectados.

*Escritora