Los resultados de las últimas elecciones alemanas, en las que, tras casi dos décadas, el Partido Socialdemócrata, con su candidatoOlaf Scholz, superó en votos y escaños a la CDU, dejan varias lecciones, a la espera de que se configure una u otra coalición de gobierno, siendo las que tienen más opciones, y siguiendo la divertida nomenclatura que usan allí, las del “semáforo” (socialdemócratas, liberales y verdes) o la “Jamaica” (capitaneando el perdedor Armin Laschet, de la conservadora CDU, la difícil alianza de FDP y verdes). Las encuestas dicen que una amplia mayoría prefiere que sea el ganador el próximo canciller, y es que su mérito no es poco: si hace cuatro años, Martin Schulz, que tras aterrizar desde Bruselas parecía con el viento en popa, terminó estrellándose, Scholz se ha beneficiado de su imagen de seriedad y de su buena gestión, primero durante ocho años al frente de la segunda ciudad del país, Hamburgo, y después como Ministro de Finanzas en la Gran Coalición.

Frente al perdedor Schulz, el ganador Scholz logró presentarse como el sucesor más legítimo de un gobierno estable en el que, aunque lo presidiera una política conservadora, casi la mitad de los ministros eran socialdemócratas. Los alemanes no son un pueblo conservador, pero sí continuista, temeroso, al contrario que los franceses, de grandes cambios y revoluciones. Se mofaba Lenin diciendo que el obrero alemán, si empezaba una revolución e iba a tomar un tren, se preocuparía, primero, por pagar su billete. Y recuerdo, cuando vivía en Fráncfort, cómo las protestas por la subida de las tasas universitarias, que algunos líderes estudiantiles agitaron poniendo el ejemplo de Francia, resultaron algo descafeinadas y encima, los destrozos (mínimos comparados con los de París) tuvieron que ser pagados por los estudiantes responsables.

"Frente al perdedor Schulz, el ganador Scholz logró presentarse como el sucesor más legítimo de un gobierno estable"

Otra lección que dejan estas elecciones es que los Verdes están aún muy verdes para llegar a la cancillería, o quizás, pensarán ellos, Alemania está aún muy verde para ser gobernada por los ecologistas. Los Verdes están siempre más arriba en las encuestas que en la realidad, pues queda muy cool decir que vas a votarles, y es verdad que arrasan en las grandes ciudades, en lo que parece un recurso casi religioso. Si en España mucha gente adinerada se limpia la conciencia yendo a misa, el alemán de clase media-alta, que vive en una urbe y coge el avión todos los meses, contaminando infinitamente más que un campesino de África o la India, se siente bien consigo mismo votando a Annalena Baerbock, la poco carismática candidata verde. Y sin duda la mejor noticia es que la ultraderechista Alternativa para Alemania ha pasado de ser tercer a quinto partido, mostrando arraigo solo en dos estados del Este, Turingia y Sajonia. El tema de la inmigración, agitado como amenaza, ya no conmueve tanto, y ello es una muestra de la solidez de Alemania, pues son los países fuertes los que soportan la diversidad, mientras que los débiles son incapaces de integrarla.

Recuerdo que hace unas semanas, cuando las encuestas preveían la victoria de Scholz, un periodista titulaba su columna “Alemania cambia de robot”, y aunque aportaba un análisis bastante certero de la situación alemana, era algo injusto sobre el candidato socialdemócrata (aparte del tópico y cierta falta de respeto, pues ¿qué nos parecería que un alemán titulara “España cambia de torero” cuando tuviéramos elecciones?). Frente a tantos políticos y periodistas deseosos de enterrar a la socialdemocracia, esta sigue bien viva (la propia Merkel para mantenerse en el poder tuvo que virar, desde su neoliberalismo inicial hacia políticas, en buena medida, socialdemócratas) y lo que ha faltado muchas veces son políticos convincentes y también unidad en las propias filas.

*Escritor