Se llamaba Bond. James Bond. Nacido de la pluma del novelistainglés Ian Fleming en 1953, fue llevado al cine diez años después, con la película -hoy añorada- Dr. No. Durante estas décadas, James Bond ha encarnado a un personaje estelar, desaforado, digno de cómic inverosímil,un ente varonil sin apenas conexión con las flaquezas del mundo real,seguido por millones de seguidores en todo el planeta precisamente porque nos ofrecía una ficción seductora y curativa. Alguien a quien, en definitiva, no debíamos tomar demasiado en serio cuando cerrábamos el libro o abandonábamos la sala de cine. 

Bond era un exquisito conquistador (o conquistado), el agente con licencia para matar que siempre salía con éxito, sin despeinarse, de las misiones más imposibles; un galán, un afortunado, un tipo con suerte nacido para ser envidiado tanto porhombres (sobre todo por hombres) como pormujeres. 

Nada de eso queda en Sin tiempo para morir, una película que ha traicionado la esencia del famoso agente para plegarse a la corrección política del momento. El resultado es una colección de hazañas bélicas (motos, coches, aviones, bombas) más propias de un videoclip sin alma que de una película interesada en transmitir emociones. 

Bond, personaje al que creíamos inmortal, se ha convertido en un mortal más, un hombre cursi y enamorado, padre de familia, preocupado en no perder el osito de peluche de su adorable niñita. 

Añadamos a esto la agente OO7 (mujer y negra), el informático homosexual y la guerra bacteriológica (hoy todo ha de ser guerra bacteriológica) para confirmar que estamos ante un pastiche sumiso y ramplón que rema a favor de los tiempos. La efímera intervención de Ana de Armas como compañera de Bond esapenas un señuelo para recordarle al público que está viendo una película del agente 007. Se llamaba Bond. James Bond. Y lo ha matado la corrección política. 

* Escritor