Siempre me ha parecido empobrecedora y lamentable la manera en que se suele enseñar la literatura española, incluyendo la “literatura hispanoamericana” como un capitulillo aparte, en lugar de considerar que, igual que Cervantes o Quevedo son tan relevantes para un argentino que para un español, lo mismo podría decirse respecto a Borges o Pizarnik. Pero la literatura se sigue rigiendo por criterios catetamente nacionales y, en nuestro país, hasta autonómicos. En poesía, la situación es peor, y lo normal es que los alumnos terminen el bachillerato habiéndose aprendido como el credo la Generación del 27, pero ignorando todo sobre el peruano César Vallejo, el chileno Vicente Huidobro o, por decir alguien más reciente, el argentino Roberto Juarroz.

Ni sé cómo llegué a Juarroz, hace ya muchos años (no fue, desde luego, ningún profesor de instituto o universidad quien me hablara de él), pero recuerdo la impresión que me hizo la lectura de su Undécima poesía vertical. La prueba es que hasta situé unos versos suyos (“El hombre no vive: resucita. A cada / paso resucita. / Y la voz es su única bandera, al borde / de todos los sepulcros”) al inicio de mi primer poemario, Latidos y desplantes. Como Luis Cernuda con La realidad y el deseo o Gloria Gervitz con Migraciones, Juarroz fue un poeta de un solo libro, Poesía vertical, aumentado en cada entrega, hasta llegar a la número trece. Considerado quizás el mejor poeta del país en Argentina, su poesía ha sido publicada de modo disperso e incompleto en España, y la mejor edición existente es la publicada por la editorial Delta, con sede en Stuttgart, y que gracias al matrimonio de poetas Juana y TobiasBurghardt (argentina ella, alemán él) disponemos de la obra completa del poeta que buscó en la poesía “una mística de la realidad” que se opusiera al “mundo vacío de sentido” instrumentalizado por el poder. Para Juarroz, “el poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma”. La “verticalidad” de la poesía, por ello, se opone a la “horizontalidad” de la vida cotidiana, y desde luego muchos de sus poemas descienden fulgurantes sobre nosotros para mostrarnos una paradójica “clave del camino” que es la vida, donde “siempre se llega / pero a otra parte” de la que pensábamos. Como la de José Ángel Valente, la del argentino es una poética de la escucha, y “la página en blanco / es un oído que aguarda”. Para Juarroz, que perdió la fe cuando murió su padre, “la poesía ocupa el lugar de la oración”, teniendo en común el recogimiento, el silencio y la soledad de la que parte.

La edición de todos los volúmenes de la Poesía vertical de Juarroz, junto a la de su ensayo Poesía y realidad, clave para entender su poética, es una aventura, de edición y traducción, comenzada hace ya casi treinta años por Tobias y Juana Burghardt. Una iniciativa más en una editorial no preocupada por el impacto inmediato, sino por el largo aliento y por forjar puentes entre culturas que queden luego para la posteridad. En su editorial Delta, Juana y Tobias mantienen colecciones de poesía española, hispanoamericana, pero también portuguesa, catalana, o incluso en judeoespañol o ladino. También han prestado especial atención a la poesía coreana y bengalí. Razones más que suficientes para que, recientemente, obtuvieran en este año 2021 el Premio Alemán de Editorial, concedido por el gobierno de ese país. Un reconocimiento necesario para una labor que implica generosidad y atención, como es la de traducir y editar, que no tiene tanto brillo como el autobombo sobre lo que escribe cada uno. Pero ya decía el propio Juarroz que “insistir demasiado en sí mismo / es gastar sin sensatez la sustancia del mundo” y, sin duda, “es preciso insistir en otra parte”. 

 *Escritor