No hay nada como crecer en un pueblo pequeño para conocer el verdadero significado de vivir señalado. Ya sea por la genética o la familia en la que naciste, por la suerte, por la desgracia o por el dinero o la falta de este. Pero en cualquier caso, etiquetado y asociado a una serie de prejuicios compartidos por la mayoría. Es superficial y primario, pero bien saben los que lo sufren que es real. Y tal vez sea por eso que la idea de las pulseras y los maltratadores me parece mejorable. Porque aunque cumplen con el objetivo de proteger a las mujeres, les falla esa otra función de señalar públicamente a los monstruos, que es tan justa y necesaria. 

La semana pasada nos contaba este periódico que en la actualidad hay 40 de estos dispositivos de seguimiento telemático de agresores a víctimas de violencia de género en Extremadura. Se trata de un recurso empleado cuando existe una orden de alejamiento y, según el Ministerio de Igualdad, en España, hay un total de 2.444 individuos obligados a llevar en todo momento uno de estos artilugios para garantizar que no se acerquen a sus ex parejas. No sé si por curiosidad alguna vez los han visto, pero si hacen una búsqueda rápida en internet, se sorprenderán al encontrar que son muy parecidos físicamente a los llamados relojes inteligentes con los que muchos cuentan a diario sus pasos y sus horas de sueño. Y además, podrán comprobar que es posible llevarlos en el tobillo, por debajo del pantalón, por lo que pueden pasar igualmente desapercibidos. 

Y es precisamente ese hecho el que hace que me hierva la sangre, porque quienes están obligados a llevarlos son sujetos que agredían física y/o psicológicamente a las personas con las que compartían su vida y es por ello que un juez ha estimado que deben mantenerse alejados de ellas. Por eso no entiendo la discreción. Yo les pondría un cencerro, para que aprendan el significado de sentirse observado, perseguido, vigilado. Tal vez así sufrirían en sus carnes lo que sienten sus víctimas. 

La condena social es casi tan importante como la legal y, desgraciadamente, en muchos casos, no siempre van de la mano. Leía hace unos días el testimonio de una mujer, cuyo agresor lleva por orden judicial uno de estos brazaletes, que relataba cómo su hija de ocho años, que también sufrió las palizas del maltratador, fue la que le dio la fuerza para alejarse de él, cuando le dijo con la clarividencia que da la inocencia de su edad que «papá era malo». Y sin embargo, explicaba exhausta que a diario tenía que lidiar con las miradas inquisitivas de sus vecinas, que seguían pensando que era un buen hombre, porque siempre saludaba y sonreía, en la calle o en el descansillo, y les ayudaba a subir las bolsas de la compra. 

Los lobos, ya se sabe, visten muchas veces pieles de cordero y por eso hace falta ser más claro a la hora de desenmascarar públicamente a los culpables. Irónicamente es más fácil encontrar listas de víctimas, sus nombres, sus historias y sus trágicos finales, que las de los verdugos, a los que de forma directa o indirecta amparamos con el silencio del anonimato. Debemos como sociedad dar un paso al frente y demandar alto y claro su identificación clara e inequívoca. Pues no seríamos nosotros quienes los juzguen, ya que las autoridades competentes habrían dictado sentencia en estos casos, y por tanto, habría quedado demostrado que son un peligro real para alguien. Para la madre, la hermana, la hija o la mejor amiga de alguien. Y lo único que estaríamos haciendo es proteger a las víctimas y evitar que haya otras. 

Nadie nos va a garantizar que por ello vayan a sufrir por parte de todos el desprecio o la repugna que algunos creemos que merecen. De hecho ha habido nombres propios en la actualidad reciente, como el del tenor Plácido Domingo, que ha reconocido públicamente que durante años intimidó y se sobrepasó sexualmente con muchas mujeres, que no hace mucho a puesto en pie al Teatro Romano de Mérida. O Diego el Cigala, que también cuenta con un importante número de seguidores, que tiene una orden de alejamiento de su pareja y que preguntado sobre el tema zanjaba retratándose que «las mujeres siempre quieren los dineros». Señalemos sin miedo a los depredadores, como ellos marcan de por vida a sus 'presas', porque solo así podremos decir que hicimos algo para remediarlo.

*Periodista