Meterla está bien, pero os voy a decir una cosa: hay vida mucho más allá. No os digo que me creáis ni que sea fácil de asumir y estoy seguro que, como yo, vais a necesitar malgastar muchos domingos para daros cuenta de ello; pero, si queréis subiros a este tantrismo que os dibujo en blanco, tenéis que verteros fuera de los márgenes del cuaderno porque solo así vais a poder entender que es cierto lo que dicen los más viejos, renegados con todo, sentados en lo más alto y sombrío de la grada del estadio cada domingo: «el fútbol es una jodida mentira». Porque es la pelota la que marca el camino: la que ensalza y arruina proyectos. De meterla o no dependen vidas. Nada tiene sentido o, quizá, sí.

Al estadio Príncipe Felipe, el domingo, le sonó el runrun. No el de la boca del estómago sino el que arde en tu garganta cuando tu equipo no sabe cómo meterla entre palos y no matas al Mensajero. Ese que te dice que al domingo le han quitado dos puntos al reloj. Ese que suena cuando los más viejos del lugar, asintiendo y en silencio, se descojonan al ver la vida pasar. ¿Fue conformismo? Pues ya dijo Julio Cobos, en sala de prensa después del partido, que su equipo se había visto tan superior con balón, que se habían olvidado de mirar hacia la portería de Nauzet. ¡Se habían olvidado de meter la pelotita entre palos! ¿Pero, cómo es posible? ¡Están locos!

Vamos a ir despacito, como Fonsi. El Cacereño está evolucionando y lo está haciendo a través de la pizarra de su técnico. Casi forzado. Casi obligado. No existe un once reconocible y las opciones que da tener una plantilla tan amplia permiten a Cobos adaptarse y jugar con las debilidades del rival. Así lo viene haciendo desde el primer día y lo ha reconocido.

No obstante, la baja de José Ramón Lavado no entraba en sus planes y abría un nuevo escenario para él: seguir con los dos extremos o seguir probando y ofreciéndole soluciones al equipo. Decidió arriesgar y seguir creciendo. De correr al espacio se pasó a controlar los partidos y de no querer el balón a necesitarlo para ser. Del Cacereño del descontrol, al asimétrico con Kamal por delante de la defensa protegido por Bermu/Javito para dar sentido a que Barba y Yael pudieran convivir en el mismo once titular sin necesidad de que sufrieran demasiado cuando tocaba correr hacia atrás.

El Cacereño de Yael y Barba necesita el balón. No es absurdo pensar que Cobos quiera ofrecerles escenarios en los que se sientan cómodos con él porque a través de ahí se intuye un equipo dominador y poderoso, por ello, los cambios del domingo en un partido que estaba poniéndose feo y con un José Ramón que no estaba al cien por cien fueron en esa línea: para protegerse con el balón.

¿Conformismo? ¿Incapacidad para matar los partidos? ¿Falta de verticalidad? El Cacereño fue el que se encargó de invitar al Mensajero a la fiesta, el pasado domingo, respondiéndole a todas esas preguntas con un sí que se escuchó en todo el estadio.

Pero hay vida, mucha vida lejos del meterla o no. Al menos, de momento: con un equipo que está tercer clasificado y sin conocer la derrota. Es ahora cuando Cobos tendrá que responderse a una pregunta: ¿Volver a sus orígenes, el Cacereño de los dos extremos, o seguir creyendo en el Cacereño de Barba y Yael?

*Periodista