En medio de la devastación del planeta, los líderes mundiales asistentes a la cumbre del G-20 celebrada en Roma, han tenido ocasión de dejarnos imágenes de celebración y jolgorio. Mi favorita —llámenme romántica— es cuando, como cualquier turista en la ciudad eterna, han visitado la famosa Fontana de Trevi y han lanzado una moneda para pedir un deseo. De todos es sabido, los deseos se guardan en secreto, pero ¡ay, las miradas! Las miradas las recogen los objetivos todopoderosos y han captado a Angela Merkel mirando embelesada a Pedro Sánchez hasta que él le ha devuelto la mirada y la sonrisa, que ella ha respondido con un gesto tal que de «Tú, yo y la Fontana di Trevi, ¿qué más se puede pedir?», que él debería haber aprovechado para reclamar, por ejemplo, que acordaran algo más conciso que una limitación del calentamiento global a 1,5 grados. Ya se lo he advertido: soy una romántica.

Que un arrumaco de Sánchez podía derretir hasta a la impasible canciller alemana lo mismito que los polos se derriten con los gases de efecto invernadero ya lo predijo la prensa extranjera. La BBC, el Financial Times o el Daily Mail anunciaban al nuevo mandatario español con calificativos como «el guapo y fotogénico economista». «Escandalosamente guapo», escribía The Guardian. La pasada gira de Sánchez por Estados Unidos a saber si logró inversores, pero sí que su porte no pasara desapercibida al otro lado del charco. «El presidente sexy», «se parece a Superman», «se parece al actor turco Can Yaman» o el mayor piropo que puede recibir un varón de los electores estadounidenses: «se parece a Kennedy».

Porque que la percha importa incluso en política lo descubrimos gracias a Kennedy en el primer cara a cara televisado. Durante las elecciones norteamericanas de 1960, 77 millones de televidentes conocieron a un novato pero bronceado John Fitgerald Kennedy, candidato por los demócratas, enfrentándose a un curtido Richard Nixon por el Partido Republicano. La paradoja vino después, cuando quienes escucharon el debate por la radio dieron como claro ganador a Nixon, mientras que quienes vieron el debate por televisión —la mayoría— dieron la victoria al que se convertiría en el próximo presidente de Estados Unidos: Kennedy. El propio Nixon, tras su derrota, declaró: «Confiad plenamente en vuestro productor de televisión, dejadle que os ponga maquillaje incluso si lo odiáis, que os diga cómo sentaros, cuáles son vuestros mejores ángulos o qué hacer con vuestro pelo».

Que nuestra apariencia condiciona nuestra vida no es nada nuevo, pero puede parecer una injusta carta de partida saber que también influye en la intención de voto. Lo puso en cifras un estudio elaborado por la Universidad de Ottawa, demostrando que los candidatos atractivos parten con una ventaja de entre un 7% y un 10%. Sin decir ni mu. Esta particularidad de nuestras raíces biológicas y antropológicas volvió loco al razonable Charles Darwin, autor en 1859 de ‘El origen de las especies’. La teoría evolutiva que defendía Darwin era que los animales compiten entre ellos y con los elementos y solo los más aptos de cada especie, aquellos que se adaptan mejor al entorno y vencen la batalla por comida o refugio, logran reproducirse, por lo que son sus rasgos los que se transmiten a la siguiente generación. Si en tiempo de carestía de alimento un cuello largo es útil para las jirafas, veremos jirafas con cuellos más largos en las próximas generaciones. Sin embargo, a Darwin le desconcertó la cola del pavo real que, lejos de ser una ventaja, por sus dimensiones y peso se convertía en un estorbo que ponía incluso en peligro al animal si tenía que escapar de un depredador. Pero la cola le permitía atraer a las pavas. El resumen de esta historia de políticos y otros animales es que, al final, el ganador en la carrera de la evolución no es siempre el más listo, ni el más fuerte, sino el que consigue reproducirse más o el que nos parece, al menos, un buen ejemplar de reproductor.

Merkel juega en otra liga, en absoluto menor. La revista Forbes la ha nombrado la mujer más poderosa del mundo durante catorce años. Doctorada en Física en la Universidad de Leipzig, se graduó con sobresaliente con una tesis sobre química cuántica titulada «Influencia de la correlación espacial de la velocidad de reacción bimolecular de reacciones elementales en los medios densos». Sin embargo, en una rueda de prensa, de entre todo lo que podría preguntarle, un periodista eligió preguntar por qué repetía con tanta frecuencia su ropa. Merkel le respondió: «Porque yo no soy modelo, sino una empleada del gobierno». Y —llámenme práctica— opino que ese es el cien por cien de lo que deberíamos mirar cuando miramos a quienes nos gobiernan: dedicación, eficacia, austeridad, honradez… Y ya con el planeta y sus habitantes a salvo y todas sus necesidades cubiertas, entonces sí, ¡por favor! Ojalá todos encontremos a quien nos mire como Angela Merkel mira a Pedro Sánchez.

*Escritora