De vuelta a este Madrid que me agota. El mismo que en otro tiempo me deslumbró y que ahora se me antoja desnortado. Madrid… y sus ruidos. Ruidos hechos con retales de sorderas (de ignorancias y de odios). En cambio, aquí, en la Hospedería del Valle me oigo. Me oigo respirar. Son las once y cuarto de la noche de un diecinueve de noviembre. Sin cobertura y sin gafas. Aislado y ciego. Pero me oigo. Y desde mi ventana veo como la cruz se recorta sobre un firmamento de luceros. Aquí la noche la ven los ciegos. Y a las puertas del sueño, oigo el leve aleteo de unos pocos pensamientos en vuelo hacia la mañana limpia…

 ¿Qué queda de José Antonio Primo de Rivera? ¿Qué es lo que queda de fecundo en su doctrina? Queda, en primer lugar, España como concepto irrevocable no sujeto al dictado de las urnas. España de los vivos y de los muertos, la que nos entregaron, la que hemos de entregar. El amor amargo por la patria. En segundo lugar, queda la creencia fiera en el hombre como criatura de Dios, portador de valores eternos, y por ello, pleno de libertades inalienables. El triunfo, también en política, de lo espiritual sobre lo material. En tercer lugar, queda la invocación a la justicia social, a la defensa de una economía donde la propiedad esté radicalmente al servicio de los débiles. Y, en cuarto lugar, queda una mística del servicio y de la intemperie, eso que los joseantonianos llaman el estilo, la vida entendida como milicia, eso que lleva a preguntar siempre y primero por las obligaciones y rara vez por los derechos.

 En esta celda solo Cristo me acompaña. Ni televisión, ni radio, ni cobertura. Todo aquí es espartano. Tengo frío y sed. Sigo aislado y ciego. Sigo escribiendo…

 Y la democracia como aspiración última de la ciencia política. José Antonio quería más democracia. No una democracia formal secuestrada por los partidos políticos. Pero José Antonio murió a los 33 años y su doctrina quedó inconclusa. Por eso, y porque su tiempo no es el nuestro, a José Antonio se le debe leer con voluntad de adivinación. ¿Qué pensaría hoy? ¿Qué haría hoy? Solo así seguirá siendo fecunda la lectura de las Completas.

 He puesto las cinco rosas en agua. Este año las traigo blancas. No hay nadie por los pasillos. Cruje la madera. Colgado de un muro, un monje me mira. Estoy solo, estoy ciego y tengo miedo. Porque sigue siendo, en España, noche cerrada… 

Lamentablemente quedan el artificio y la costra, quedan los energúmenos y los cafres, y quedan, por supuesto, a izquierdas y derechas, la saña de un lado y la antipatía del otro. Pero queda también, en flor, su ejemplo. José Antonio, el hombre que fue capaz de abrazar a quien acababa de condenarle a muerte. Queda el arquetipo, el vértice encendido de varias generaciones de españoles que bebieron de su pensamiento en campamentos de juventudes y creyeron, sin los peajes de odio, que una España mejor era posible. Para todos. Y quedan las Completas. Esas que algún día, algún muchacho encontrará en algún anaquel donde los inquisidores no hayan buscado. Un muchacho que, como Rosa Chacel, pueda decir tras leerlas… ¡Deslumbrante!

 Y quedan los despojos. Las cuencas ya sin ojos. Las cenizas, bajo la cruz o a la intemperie. Señor, no nos niegues la esperanza… Cada año, cada veinte de noviembre, vuelvo al Valle buscando la paz y la esperanza. En silencio. Oyéndome por dentro. Y en los ojos, a la misma hora en que le fusilaron, se me clava el radiante amanecer de España. Aquí están, hoy como ayer, mis cinco rosas. Este año son blancas. Hazte a la idea, José Antonio, que te las trajo ella… «Je pense a toi. Love. Elizabeth».

*Abogado