Pronto hará cuarenta años que Pablo Milanés compuso su maravillosa canción ‘El breve espacio en que no estás’, toda una declaración de amor con la que los jóvenes de la época aspirábamos a sentirnos identificados cuando empezábamos a caminar por el mundo en pareja mientras en el tocadiscos sonaba eso de «Todavía no pregunté ¿te quedarás? Temo mucho a la respuesta de un jamás. La prefiero compartida antes que vaciar mi vida. No es perfecta, mas se acerca a lo que yo, simplemente, soñé...».

Nadie puede discutir que el mundo era hace cuatro décadas infinitamente más machista. Sin embargo, en las relaciones amorosas a veces parece que hubiera habido una involución y que entre los jóvenes actuales muchos ejerzan un control sobre sus parejas que en nuestra época hubiera estado muy mal visto.

También tengo claro que yo fui una privilegiada que estudié en Madrid en aquellos inocentes y libres años 80, tardíos continuadores del Mayo del 68 en España, cuando todas éramos ‘La chica de ayer’ y vivíamos ‘Al calor del amor en un bar’, mientras de fuera nos llegaba la hipnotizadora voz de Leonard Cohen con su ‘Dance me to the end of love’.

Además, solíamos regalarnos los libros de Mario Benedetti, el poeta uruguayo que nos proponía hacer un trato, contar el uno con el otro, mientras nos enseñaba a defender la alegría «como una trinchera».

Hoy, 21 de noviembre de 2021, cuatro días antes de la celebración del 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, reivindico algo obvio, que el amor no puede ser otra cosa que libre, sincero, cómplice, como pregonaban aquellos cantautores y poetas situados en las antípodas de esas letras misóginas y machistas del reggaeton actual más sucio.

Siempre he pensado, como Nieves Concostrina, que «cualquier tiempo pasado fue anterior», por ello, nada más lejos de ensalzar mi generación frente a otras. Todos tenemos luces y sombras, pero es muy sorprendente que, aunque en muchos aspectos se haya avanzado bastante en igualdad, sigan perviviendo tanto esas relaciones tóxicas que son las que finalmente desembocan en violencia hacia la mujer y feminicidio, como vemos un día sí y otro también.

Por eso creo que es esencial que enseñemos a nuestros hijos la mejor de las ecuaciones para querer y para que nos quieran, aquella que formuló el Dalai Lama: «Alas para volar, raíces para volver y motivos para quedarse».

De todas las declaraciones de amor que hay en la poesía, yo me quedo con una de mi adorado Federico García Lorca, que escribió en su ‘Zorongo gitano’, también hecho canción, aquello de «La luna es un pozo chico, las flores no valen nada...lo que valen son tus brazos cuando de noche me abrazan».

Ni flores, ni promesas, qué nadie se engañe, es muy simple: brazos que abrazan, que sujetan, que protegen, que amparan, que levantan; brazos que nunca pueden amenazar, que nunca pueden forcejear ni golpear, porque entonces ya no será amor, sino todo lo contrario, por mucho que te ofrezcan la luna.

Amores que nunca apaguen tu risa y ni te alejen de los demás; amores que te hagan brillar y que te valoren tanto que no te permitan ser otra cosa que lo que tú quieras ser en cada momento.

"No sé cómo podremos hacerlo, pero los niños tienen que aprender desde pequeñitos que «solo el sí es sí», sin ningún tipo de resquicio ni justificación"

Urge por tanto, como una prioridad contra la violencia machista, no solo la educación en igualdad sino también una educación afectivo-sexual que les lleve a desear a nuestros adolescentes y jóvenes unas relaciones de pareja sanas y cómplices, sin posesiones, duren el tiempo que duren, desde una noche a toda la vida.

Es un gran peligro que los más jóvenes lleguen el sexo a través de toda la pornografía que circula por internet y a la que pueden acceder sin ningún tipo de límites y sin haber recibido la más mínima educación al respecto, una mezcla explosiva que puede conducir, como estamos viendo últimamente, a violaciones en grupo o a brutales ataques sexuales como el sufrido hace tres semanas por la niña de Igualada (Barcelona), con unas lesiones gravísimas que la han llevado a la UCI.

Mucho me temo que ponernos de acuerdo al respecto va a ser difícil en un país en el que ha sido imposible consensuar en 40 años de democracia una ley de educación y que una asignatura con un nombre tan esperanzador como «Educación para la ciudadanía» supone una amenaza para algunos.

No sé cómo podremos hacerlo, pero los niños tienen que aprender desde pequeñitos que «solo el sí es sí», sin ningún tipo de resquicio ni justificación, para que cuando sean hombres ellos también deseen que así sea. Es urgente y prioritario. Nos va la vida en ello. 

*Periodista