Hablando de las bajas temperaturas de la última semana, un vecino me comentó anoche que una nueva Filomena está al caer. «Estupendo –pensé–. Eso le pondría un poco de emoción a la cosa». Porque después de lo que hemos vivido desde marzo de 2020, resultaría emocionante una nueva tormenta de nieve que perfeccione el paquete distópico: un posible apagón mundial, una pandemia que no acaba por desaparecer, vacunas que por ahora no son la solución definitiva, grandes frentes de negacionistas en Europa enquistados en su rechazo a las vacunas, volcanes en erupción, la factura de la luz más cara de la Historia, la economía en situación delicada… Por no hablar de los problemas individuales, que nunca faltan. 

Con tantas variables desestabilizadoras, no es de extrañar que en los últimos dieciocho meses se hayan incrementado los cuadros de ansiedad, depresión y estrés postraumático. El mayor logro hoy no es estar vivos, sino estar cuerdos. 

Pero a todo se acostumbra uno, y lo que toca ahora es sobrellevar la distopía, ese mundo aciago que, inconscientemente, habíamos reducido al ámbito de la ficción: el cine, la literatura, los cómics, los videojuegos… Unos lo hacen atrincherándose en la cueva y otros abrazando las invenciones más perturbadoras.Este es el panorama ideal para las teorías conspiranoides, que surgen, en opinión de los psicólogos, como presunta explicación lógica de situaciones difíciles de entender. 

En plena resistencia vivimos entre la distopía y la paranoia, entre el miedo al futuro y el escozor tras el doloroso pasado. Vivimos entre el miedo a morir y el miedo a vivir. 

Querido lector, si tienes a alguien cerca que derroche felicidad y positivismo, pégate con fuerza a él o a ella, porque solo imantándonos a personas que mantienen inmensas ganas de resistir podremos salir de esta época oscurantista en la que, al parecer, lo peor está siempre al caer.

*Escritor