Los enseñantes de la lengua de Shakespeare cometemos, a veces, errores involuntarios de pedantería pedagógica, corrigiendo a quien oímos que habla inglés, al percibir algún conato de error de pronunciación. Lo achaco siempre a una deformación profesional porque uno se cree que está impartiendo en todo momento clase en el instituto e intentas corregir, siempre de buena fe y con espíritu formativo, a quien se desvía de una pronunciación que podemos considerar como correcta.

Y en este afán de corrección continua nos lleva, muchas veces, a tener que dar marcha atrás y envainar la espada que pretende cortar o eliminar todo lo que no está en una línea favorable para la buena pronunciación y consiguiente comprensión de un idioma. Con que, el otro día, tomando un corto (que todavía ponen en algunos bares) con un amigo en una terraza, a orillas del río Alagón, me preguntó, con cara socarrona, que qué me parecía a mí eso del Black «Fraudi». 

Fue oír aquello de «Fraudi», y se me presentó un hermoso trampolín para lanzarme en picado a mi tarea de enseñante y disponerme a corregir esa pronunciación tan chabacana y malsonante. Incluso me atreví, como prólogo de mi corrección, a repasarle a mi amigo, allí mismo en la mesa, los siete días de la semana en inglés, y al llegar al que precede al fin de semana, me aparté bien la mascarilla y con movimientos exagerados de mi boca, me esforcé en explicarle que «FRI» se pronunciaba «FRAI», y que «DAY» era «DEI». Y volvía a repetirle, ahora todo junto, «FRAIDEI», «FRAIDEI», «FRAIDEI», y así unas pocas veces, y habría seguido unas cuantas más, a no ser por el golpe que dio mi amigo con los nudillos sobre la mesa, que hizo temblar la cerveza que quedaba en los cortos, y que se habría derramado si no los hubiéramos dejado bastante mermados después del primer trago.

Ni «Fraidey», ni ná. Estu no es más que un «Fraudi», black, si quieris, peru «Fraudi». Me contestó enfadado. Y desde aquel mismo momento, entendí que la lección que yo pretendía dar sobre los días de la semana en inglés, sobraba. Pasé de profesor a alumno en lo que tarda en persignarse un cura loco, porque lo que duraron los cuatro cortos siguientes se los pasó explicándome, en perfecto castúo, que la fuerza que tiene la publicidad nos atonta a todos y merma considerablemente nuestra voluntad de decidir sobre lo que verdaderamente nos conviene y lo que no. 

Son tantas las fuentes por las que nos llegan, a borbotones, productos marcados con precios engañosos y enmascarados bajo ofertas que les hacen parecer verdaderos chollos y resultan ser artículos que hacía muy poco aparecían con precios incluso más baratos que con los que se muestran ahora. Pero la gente carga con lo que puede cuando algo huele a rebajas, aunque no lo sean en realidad.

Entre el móvil, la televisión y la radio se encargan de que, entre las rebajas de verano, que nos animaron a todos a comprar, y la Navidad, aparezca otro evento para hacernos comprar otra vez, como éste del Black «Fraudi». Y me recalcaba lo de «Fraudi», restregándomelo en la cara, para dejarme meridianamente claro que lo que él me explicaba no tenía nada que ver con ningún día de la semana en inglés, tuviera el color que tuviera.

No me dejó meter baza en ningún momento más, conque al empinar el último sorbo del corto, observé que quedaba una aceituna de ésas sin hueso y rellenas de anchoa en el plato, y cuando me disponía a cogerla, alargó él la mano y, con asombrosa e inusitada rapidez, me la birló ante mis narices.

*Ex director del IES Ágora de Cáceres