La voz de Pablo Milanés (78 años) tiene un registro parecido al de esos viejos contrabajos que con el tiempo ganan en matices sonoros. A esa privilegiada voz hay que sumarle una entereza artística y personal a prueba de bombas. 

Solo así puede explicarse que consiguiera levantar al público de sus asientos el viernes pasado en el Gran Teatro de Cáceres a pesar de un catarro soberano que debería haberle hecho guardar cama. Pero el concierto más aplazado del año no podía demorarse más y el adalid de la Nova Trova cubana sabe que con el público tiene un compromiso forjado desde hace décadas. No puede ni sabe defraudar.

Y Milanés es también un hombre arrojado si analizamos su compromiso político. Es uno de los pocos que -desde dentro- se atreve a señalar las carencias democráticas y materiales que se viven en la perla del Caribe. Acudir a un concierto suyo es hacer a partes iguales un ejercicio de nostalgia y desencanto. 

Recuerdo un recital de Milanés en Almendralejo hace ya cerca de tres décadas. Entonces le acompañaba una gran banda que hacía bailar a todos con sus montunos. Hoy su puesta en escena se ha adelgazado. Eso sí, le acompañan dos gigantes como Miguel Núñez (piano) y Caridad Varona (violonchelo), que ya por sí solos hacen grande el show. Trufó el recital con composiciones recientes que demuestran que no ha perdido un ápice de talento. Mantiene las canciones ‘de siempre’ y ha suprimido las de compromiso político. Solo deja espacio para la nostalgia y el amor. Ni rastro de aquellos barbudos que bajaron de Sierra Maestra. 

Milanés es la sobriedad hecha artista en escena. No regala ni un bis a sus seguidores, ávidos de que nos mienta y nos diga que el sueño de los días de gloria en Cuba fue verdad. Pero la realidad es muy tozuda. «No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió» (Joaquín Sabina).