Nos enfrentamos estos días a una nueva «ola» (brutal en algunos países, como Alemania) que evidencia el fracaso (fundamentalmente de Occidente) en la gestión de la pandemia de Covid-19. Lo más grave, sin embargo, no es la incapacidad demostrada para dar prioridad al cuidado de la salud, sino la manipulación a la que se está sometiendo a la población.

Como suele suceder, la prueba irrefutable de lo que digo no se encuentra en las ruedas de prensa interminables ni en la información de los medios de comunicación controlados por el poder. La política contemporánea tiene mucho de ilusionismo: poner la atención en un punto para hacer el truco mientras lo importante está ocurriendo en otro lugar. 

Para comprenderlo acudimos al llamado MoMo, que no es otra cosa que el Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria realizado por el Centro Nacional de Epidemiología (ISCIII). Esta excelente herramienta estadística, de la que apenas habrán oído hablar a políticos y periodistas, recoge las causas de muerte de 3.999 registros civiles (93% de la población) y compara, empleando el promedio de los últimos diez años, la mortalidad esperada y la mortalidad real. De ese cálculo sale el exceso de mortalidad, que alerta de anomalías sanitarias. 

La anomalía sanitaria en este caso está clara, y de hecho los informes de 2020 son estremecedores. El primero, del 19/03/2020, demuestra, por ejemplo, lo tarde que se llegó, pues entre el 10 y el 14 de marzo de ese mes, los cuatro días anteriores a la declaración del estado de alarma, hubo ya en la Comunidad de Madrid un 56,7% de muertes por encima de las esperadas que, en el caso de las personas mayores de 74 años, llegó al 65,8%. Es decir, que si en esas mismas fechas de los últimos diez años (como promedio) morían 10 personas, en 2020 morían 16.

Aquella imprevisión y la falta de control inicial provocó que las cifras de terror se extendieran por todas las CC.AA. y en todas las franjas de edad, hasta el punto de que, por ejemplo, entre el 28 y el 31 de marzo de 2020, murieron en Ceuta el 450% más de las personas que solían morir. En toda España y durante muchos días se consolidaron porcentajes por encima del 200%. 

Dando por hecho que se llegó tarde y que podrían haberse evitado muchas muertes, pensará el lector que esto es ya muy lejano y que esa mortalidad excesiva habrá sucedido durante las diferentes «olas». Sin embargo, le sorprenderá al confiado lector un primer dato: no ha habido una sola semana de estos casi dos años en que no haya habido exceso de mortalidad en alguna región española. Sí, incluso durante los meses «sin ola». Sí, incluso a pesar del largo confinamiento. Sí, incluso con un 75% de la población vacunada. Siempre.

Recordemos por ejemplo uno de los periodos más «dulces» entre junio y septiembre de 2020 en el que se rozaron las cero muertes diarias gracias al confinamiento: en Aragón entre el 04/08/2020 y el 15/08/2020 murieron un 72,7% de mujeres más de las esperadas. Vayamos al último informe (23/11/2021), ya con más de 37 millones de personas vacunadas y en otro «valle» sin «ola»: entre el 15/11/2021 y el 16/11/2021 murieron en Asturias un 75% más de personas menores de 65 años. 

¿Qué está pasando si, según las cifras oficiales, incluso cuando no hay muertes por coronavirus, el exceso de mortalidad se mantiene? ¿Las cifras oficiales reflejan las muertes reales por Covid-19? ¿El coronavirus está agravando otras enfermedades y no se está estudiando? ¿Los efectos secundarios de las vacunas no están siendo suficientemente vigilados y están contribuyendo al exceso de mortalidad? ¿El sistema sanitario ha quedado tan dañado que ya no es capaz de contener y atender debidamente determinadas enfermedades de las que normalmente no moríamos? 

Que en España llevemos dos años consecutivos, ininterrumpidamente, con un importante exceso de mortalidad, incluso cuando las víctimas diarias de coronavirus son pocas, debería ser motivo de gabinete de crisis permanente y de noticias diarias en los medios. No sé si me preocupa más que el poder juegue tan hábilmente con el ilusionismo para que miremos donde quieren, o que la indolencia ciudadana haya llegado al punto en que ni siquiera nos importe morir cuando podríamos seguir vivos.

*Licenciado en CC de la información