En el Partido Popular, cualquiera puede ser dirigente o alto cargo, si lo es Teodoro García Egea, por ejemplo, secretario general. Y, por lo mismo, cualquiera puede liderarlo, si lo lidera hoy Pablo Casado. No por el partido, es decir, no porque sea un partido fácil para medrar. Se trata de sus votantes, para quienes el partido es útil, pero indiferente. 

Ni les importa quiénes son -ah, ¿ya no está Dolores de Cospedal?- ni quién lo preside, si Casado, Mariano Rajoy o Isabel Díaz Ayuso, aunque recuerdan a José María Aznar -¿qué habrá sido de él, hombrecillo, tan enfatuado, siempre tan serio?-, que logró aquel imposible de diez millones de españoles votando lo mismo que ellos, incomprensible.  

Por supuesto, en los demás será igual, o parecido: cualquiera podrá ser dirigente, si lo es Adriana Lastra, por ejemplo, vicesecretaria general del Partido Socialista. Y, por lo mismo, cualquier podrá liderar el suyo, si Alberto Garzón es hoy líder de Izquierda Unida, o de lo que queda. La diferencia es que en estos partidos, como en la mayoría, quienes los votan son sus votantes, que se alegran por sus victorias y sufren con sus derrotas, mientras que los votantes del Partido Popular no se tienen a sí mismos como votantes, sino como usuarios. Vamos, que no fue gracias a ellos el reciente «ayusazo» de Madrid. 

Es difícil que puedan identificarse con Pablo Casado, ¿en qué?, o que consideren que Teodoro García Egea sea como ellos -aun sin necesidad de saber que presume de lanzar huesos de aceituna con la boca-, o que vean en Isabel Díaz Ayuso más que a una muchacha del barrio madrileño de Chamberí. Sus modelos son ellos mismos. Y respecto de quienes son el partido, solo esperan que sigan siendo útiles, sean quienes sean, o que surjan otros si dejan de serlo

Basta con que el partido sobreviva. Quiénes vayan siendo sus principales, sustituyéndose, o quién lo presida hoy o mañana, es indiferente. Ni satisfacción por sus triunfos ni tristeza por sus fracasos, pues no son suyos. Los beneficios que obtenga el partido de sus victorias, para el partido: sea la alegría de sus seguidores o el poder de sus dirigentes. Ningún interés. Solo hay que votar, eso es todo. Y seguirán votando a ese partido -¡mira que llamarlo Popular!- siempre que defienda y proteja la familia, la propiedad privada, Dios, la unidad de España, la libertad económica, el orden… Son votantes pro domo sua.