Supongo que será un cliché que repetiremos de sobra en los próximos años, pero la pandemia ha supuesto una disrupción. En primer lugar, socialmente, siendo parte de un «experimento» colectivo de confinamiento en los hogares, experiencia común en gran parte del mundo. Que hubiera sido imposible si la tecnología no hubiera permitido esta medida (motivada por razones sanitarias), porque las economías hubieran colapsado. Si en algún ámbito la pandemia ha alterado significativamente las reglas del juego, ese es definitivamente el de la economía. 

La pandemia ha supuesto que fenómenos que creíamos producto de otros tiempos vuelvan a surgir. Ahora parece difícil de creer que Draghi, cuando presidía el BCE, reconociera su incapacidad para elevar la inflación pese a las distintas herramientas de liquidez que se adoptaron para salvar el euro y superar la crisis financiera. Además el banco central del viejo continente no actuó sólo y, cada uno entendiendo las peculiaridades de sus economías, la FED y los bancos centrales de Japon o Reino Unido concertaron una actuación que inunda de dinero los mercados durante casi un lustro (algunas de las operaciones de refinanciación aún no habían vencido al inicio de la pandemia). Había peligro de generar burbujas, especialmente en activos financieros, pero la inflación no daba señales de vida.

Era un contrasentido: la mayor masa monetaria de la historia con una velocidad de circulación lógica no generaba un aumento de precios. Que era el mayor temor de los bancos centrales, y que, de hecho, (en un error histórico que pudo costar la vida de nuestra moneda común europea) motivó que Trichet, al frente del BCE, se negará a políticas monetarias expansivas. El mandato del banco central europeo es mantener la inflación ‘a raya’, pero cercana a un dos por ciento, que Draghi admitía difícil de lograr en los años previos a la pandemia (llegó a exponer el concepto de ‘inflación asimétrica’, asumiendo que sectores económicos no tuvieran inflación).

En Europa hemos vivido más de una década con estabilidad en precios, lo que nos llevó a creer la baja tasa de inflación como algo inmutable. Pero la pandemia ha espoleado de nuevo el fantasma de la inflación. Sólo en España la tasa interanual se sitúa ya en más del 5%, algo que no se veía desde el 2001, con la entrada en el euro.

La inflación es un impuesto ‘oculto’ para los ahorradores y supone una presión extra para las economías domésticas. En un entorno en que la recuperación aún no coger vigor, el paro estructural sigue por encima del 10% y la presión fiscal aumenta, la inflación es una gran amenaza para las economías de los españoles.

Pero, ¿cuáles son los motivos de este crecimiento de la inflación? Podríamos resumir diciendo que es efecto de la pandemia. Y no fallaríamos, pero sería quedarnos realmente cortos. En esto se han combinado otros elementos perturbadores: el coste de las materias primas y el bloqueo en el transporte mundial.

La aparición de los problemas de abastecimiento (otro fenómeno ‘del pasado’) se deben al cierre total de producción que provocaron los grandes confinamientos. China, uno de los grandes productores a nivel mundial, vivió el Covid de forma previa a occidente, lo que motivó que escasearan productos y que fuera un comprador para el resto de países. Cuando la situación se invirtió, se causó un ‘desajuste’ que deriva en menor oferta, mayor demanda: inflación de precios.

Hay cierto consenso en que esta inflación es propia del tiempo pandémico y que no se sostendrá en el tiempo. Pero, incluso si es exclusivamente resultado de la coyuntura actual, sus efectos se están alargando. La normalización en los costes en el comercio global dará un respiro a la inflación, pero eso puede llevarnos todo el próximo 2022. 

El problema es que hay que controlar esa inflación. Y eso provocará que los bancos centrales hagan dos cosas: subir el precio del dinero y rebajar el nivel de compra de deuda. Estas compras, a diferencia con la gran crisis financiera, incluyen deuda soberana de los países miembros. Es decir, la ‘tranquilidad’ de España nace de los fondos europeos y de que el BCE compra nuestra deuda. 

Pero nada de eso valdrá sin un crecimiento sólido y sostenible (y un plan creíble para Bruselas e inversores). Y España ya es el vagón de cola en la recuperación europea. Vienen curvas.

*Abogado, experto en finanzas