Hace unos días el director de cine Alejandro Amenábar dijo en una entrevista que en el cine español había «cero paro» y, cómo no, en las redes se le tiraron encima. Tengo que confesarles que el director no decía ninguna mentira: actualmente es dificilísimo encontrar técnicos, equipo de producción o incluso director o directora para proyectos audiovisuales. Y eso, digan lo que digan los haters, es cierto. Seguro que habrá gente que no tenga trabajo y que se dedique al mundo del cine, pero les aseguro que un porcentaje altísimo de trabajadores del séptimo arte tienen la agenda llena hasta 2024. ¿Por qué? Primero, porque en España tenemos unos profesionales como la copa de un pino y, segundo, porque hay mucha producción audiovisual, tanto de ficción nacional como internacional que se rueda en nuestro país. Y eso es una gran noticia para el audiovisual español pero, por desgracia, repercute negativamente en el teatro. Los actores que tradicionalmente se dedicaban al teatro cada vez tienen más ofertas para el audiovisual y el teatro es el que suele salir perjudicado en la elección. Cierto es que hay actores que lo siguen priorizando, porque todavía quedan actores y actrices de pura cepa, de los que necesitan las tablas para sentirse vivos, para sentirse intérpretes y, sobre todo, para sentirse artistas. Pero, sinceramente, creo que cada vez son menos. Si tengo que juzgar por mi experiencia les diré que la mayoría escogen el audiovisual. 

Los motivos que dan son muchos: pagan más, tienen proyección internacional, etc, etc, etc. El teatro es maravilloso pero también es duro, también es cansado y, a veces, montas una obra que como mucho está en cartel cuatro semanas y muere ahí. El teatro lo tiene difícil también para competir contra la perdurabilidad del audiovisual. 

Cuando una obra termina, no hay legado. Como mucho, un programa de mano. En la era covid, un mísero QR. He conocido a muchas actrices y actores, muchísimos. Y les puedo asegurar que los más profesionales, los más comprometidos y, sin duda, los más talentosos, vienen del teatro. José Sacristán, por ejemplo, que recibirá el Goya de Honor 2022, lleva más de sesenta años actuando en teatro y en cine. Empezó con una compañía de teatro, en la época en que hacían dos funciones por día y después de la segunda se quedaban para hacer el suplicado, eufemismo usado para referirse a un ensayo de la siguiente función que el productor «les suplicaba» que hicieran. O sea, que no lo cobraban, pero tenían que hacerlo sin rechistar. 

Cuando el cine llamó a su puerta, evidentemente, se dejó seducir por él, y suerte ha tenido nuestro cine de tan sabia elección. Pero nunca ha dejado de hacer teatro y actualmente, a la edad de 84 años, interpreta la obra Señora de rojo sobre fondo gris, con la que ha hecho temporada en Barcelona y en Madrid. Confío en que los actores que ahora mismo se debaten entre el audiovisual y el teatro entiendan que uno no elimina al otro, sino todo lo contrario: se retroalimentan. Por esos los actores de pura raza combinan su carrera teatral con la audiovisual. Pero la realidad es que, cuando una monta un elenco para una función, pasa meses cruzando los dedos para que ninguna plataforma llame a los intérpretes para hacer una serie o una película. Porque, desgraciadamente, algunos siguen considerando el teatro como el plan B. 

*Dramaturga, guionista y directora teatral.