De nuevo metidos en una ola. Y van seis en dos años, que se dice pronto. En todo este tiempo hemos aprendido muchas cosas para combatir el maldito covid-19, pero lo cierto es que este dichoso virus varía tanto de pelaje que las vacunas lo frenan pero no lo destruyen. Este viernes alcanzamos el máximo nivel de riesgo de transmisión (511 casos por 100.000 habitantes en 14 días a nivel nacional y algo más de 300 casos por 100.000 habitantes a nivel regional) pero, de momento, ningún Gobierno (ni el central ni autonómico) ha mostrado interés en volver a la dinámica de restricciones y prohibiciones de las pasadas Navidades, cuando a pesar de las medidas llegaron los contagios masivos y lo peor: las hospitalizaciones y las muertes.

Me temo que habrá cambio de postura en breve. Ayer mismo Pedro Sánchez convocó con carácter de urgencia una cumbre de presidentes autonómicos para esta semana ante el aumento de los contagios. La razón es clara: la variante ómicron parece que provoca una enfermedad menos grave, influido quizás por el alto índice de vacunación existente, pero también resulta mucho más contagiosa y su escalada puede llevar implícita un aumento de los ingresos que, por ahora, permanecen controlados. Si hay países como Holanda que están ya estudiando un confinamiento casi total de su población, aquí seguidos como si nada, pensando en las cenas de Navidad y los cotillones de Nochevieja.

Desde el Gobierno se ha aclarado ya que no está encima de la mesa la posibilidad de decretar un nuevo estado de alarma o limitar los movimientos dentro del país, pero también que quiere buscar cierto entendimiento para acordar entre todos los territorios la forma de enfrentarse a esta nueva ola. ¿Cómo? Evidentemente con restricciones. ¿Cuáles? Se desconocen. Lo que está claro es que no vamos a seguir como hasta ahora, libres del todo, sino que se van a marcar ciertos parámetros que frenen la transmisión como son las limitaciones de aforos o las restricciones de horarios.

Hay comunidades autónomas que no ven ese escenario real. Los cálculos estadísticos que manejan sus consejerías de Sanidad no anuncian un panorama de colapso de sus sistemas sanitarios, motivo por el que se tomaron las restricciones más duras en las anteriores olas. Pero lo cierto es que estos registros y estos datos se están produciendo antes de las fiestas de Navidad, periodo por excelencia en el que más movimientos se realizan y más encuentros familiares se llevan a cabo.

Ya veremos cómo acabamos, pero esa realidad idílica que veíamos tras las vacunaciones masivas parece haberse diluido en apenas unos meses. No estoy diciendo que haya sido falso o que las autoridades sanitarias nos hayan transmitido un espejismo, soy una persona convencida de la eficacia de las vacunas como forma de salvar vidas, pero es verdad que habíamos trazado una raya roja desde que la gente recibió su primer, segundo y hasta tercer pinchazo, decíamos en nuestros ámbitos privados «estoy vacunado» como excusa para retirarnos la mascarilla libremente, pero ahora resulta que esta guerra tiene un montón de batallas hasta alcanzar la victoria final y eso lleva aparejado registrar bajas. Demasiadas.

Espero y deseo que todos hayamos aprendido del pasado y no se cometan los mismos errores, que ómicron sea lo más pasajera posible y que se adopten las medidas que permitan vivir el trance en pocos días o semanas. No se trata de copiar patrones de otros países, ni tampoco de actuar a lo loco, poner cabeza en suma antes de que sea demasiado tarde. Por que confiar exclusivamente en la buena voluntad o en la disposición de la gente ya se ha visto que resulta ineficaz. Hay cinco olas anteriores que lo atestiguan.