Tildado en ocasiones de populista, peronista y/o comunista, el actual Papa de Roma acaba de restarle importancia a los pecados de la carne, lo que quizá lo convierta además en un liberal. No para de acumular calificativos el poliédrico Francisco.

A los anteriores adjetivos podría añadirse aún el de conservador, cuando menos desde el punto de vista del lenguaje. El «pecado de la carne» es, desde luego, un concepto algo anacrónico que las nuevas generaciones vincularán a una campaña del Ministerio de Consumo contra el chuletón antes que a un asunto de orden teológico.

El pontífice aludía, en realidad, a los deslices de entrepierna para defender al anterior arzobispo de París, que renunció al cargotras ser acusado de mantener una relación más allá de lo apostólico con una señora. «Unas caricias, un masaje a su secretaria, esa es la acusación. Hay un pecado ahí, pero no el pecado más grave», dijo Bergoglio. 

Nada más lógico que tales cosas sucedan en la lujuriosa Francia que da nombre al francés y fue patria del desaforado Marqués de Sade, gran flagelador de la virtud; aunque esto no lo dijese, lógicamente, el Santo Padre. 

Hablar de la carneen alusión al sexo suena en todo caso muy antiguo, pero hay que comprender que el Papa ya tiene sus años. Solo la gente de su generación recordará que el trío o trinidad de enemigos del hombre son el mundo, el demonio y, naturalmente, la carne. La de señora, en particular, que solía ser la que suscitaba tentaciones en los caballeros según la misógina interpretación de aquellos tiempos.

Quizá se trate de un pequeño paso para la Humanidad, pero un gran paso para la Iglesia, que tradicionalmente había centrado sus diatribas en los infractores del sexto mandamiento. 

Francisco ha sentenciado, aunque no hablase ex cátedra, que hay pecados de mayor gravedad que el de la lujuria, entre los que citó la soberbia y el odio. Es un cambio de prioridades de no pequeña importancia que sin duda contribuirá al aggiornamento o puesta al día de la institución que regenta. 

El relevo en las viejas obsesiones por la carne parece habérselo tomado en España la parte minoritaria del Gobierno. Justo cuando el Papa le quita hierro -aunque no mucho- a los pecados de Eros, algunos ministerios dedican la mayor parte de sus esfuerzos a tratar asuntos relacionados con el sexo. La pornografía, las relaciones de pareja y hasta las miradas lascivas ocupan ahora la agenda de ministros y ministras.

Todo eso parece un tanto añejo, a decir verdad. El moderno pecado de la carne se vincula más bien a la de los animales subordinados al hombre. Animalistas y vegetarianos han denunciado reiteradamente el maltrato que se inflige, en su opinión, a los pollos encerrados en jaulas, a los cerdos, a las vacas y en general a toda la fauna comestible sometida a métodos industriales de producción.  

Ahora que vienen los banquetes de Navidad tal vez sea el momento ideal para fustigar a quienes incurren en el pecado de comerse la carne del pavo, que está pidiendo a gritos un indulto. Infelizmente, no parece que la población vaya a corregir sus costumbres carnívoras. Y el otro pecado de la carne ya pilla un poco mayores a las populosas generaciones del baby boom que se están jubilando en masa. Habrá que hacerle caso al Papa y centrarse en evitar la arrogancia y los rencores. 

*Periodista