A los negacionistas, los antivacunas y los homeopáticos hay que añadir también los antimascarillas, por más que su negativa se refiera solo a su uso en exteriores y por más que se trate solo de España, país de Esquilache, casualmente. Y, como a todos los pejigueras, habrá que tratarlos con el mismo desdén condescendiente: «Los que faltaban».

"Incluso la OMS, que acostumbre a curarse en salud, reconoce que su eficacia es «superficial»"

Solo que no hay estudio científico que justifique el uso de mascarilla en la calle. Incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS), que acostumbra a curarse en salud, reconoce que su eficacia es «superficial», aunque no niegue su valor psicológico, por supuesto, como no niega la capacidad terapéutica del placebo.

Pero no solo la OMS, que nunca osaría afirmar que la eficacia es nula o, peor, meramente estética, optando mejor por el eufemismo: «eficacia superficial». Es que la ciencia y el sentido común, inseparables, avalan precisamente lo contrario: la necesidad de ventilar, lo que incluye la conveniencia de orearse, respirar limpio y desemponzoñarse incluso de las propias miasmas, desenmascarándose. 

O sea que no hay razón para la mascarilla en exteriores, siempre que por exteriores se entienda no un estadio abarrotado, un botellón multitudinario o una concentración reconcentrada para despedir el año, sino la normal circulación de personas que van de su corazón a sus asuntos.

Es razonable, por tanto, preguntarse por el real decreto que obliga a los españoles a llevar mascarilla en la calle. Y si la respuesta es la arbitrariedad, como parece, preguntarse también si es razonable asimismo que estos antimascarillas –no todos los antimascarillas, sino estos que niegan su utilidad y su uso solo en exteriores– desobedezcan la orden por considerar que se trata de una veleidad del Gobierno, que habría decidido esa medida porque alguna había que decidir, para no parecer que no hacía nada mientras los demás gobiernos –no ya del mundo, también de algunas autonomías– decretaban cualquier medida menos esa, desde el toque de queda al cierre del ocio nocturno, por ejemplo, sin necesidad de radicalizarse como Holanda o Austria. O incluso también esa medida, pero con otras, incluida en un paquete mayor, solapadamente. Porque esa medida, así, sola, sin más, resulta arbitraria si no se justifica, y no parece que pueda justificarse, al menos con criterio científico, que es el criterio con que han de gobernar este asunto los gobiernos.

Es verdad que estos antimascarillas –estos: hay que insistir– no suponen riesgo para nadie, pues no son antivacunas ni negacionistas, y creen tanto en el virus que no solo tienen la pauta completa sino que esperan impacientes la tercera dosis, la cual hubiera sido una medida mejor que la mascarilla en exteriores, por cierto. Pero, al igual que los antivacunas, los negacionistas y los homeopáticos, compartirán insultos y alguna que otra agresión. Lo que no compartirán serán las multas por desobediencia.

¿Por qué la rara sensación de que estos antimascarillas, más que los que faltaban, más que otros pejigueras más, son en realidad los que hacían falta?