Con la vuelta a la supuesta normalidad, tras el primer confinamiento, pasaba cada día cerca de una parada de autobús que lleva a una zona residencial. Recuerdo que casi todas las que hacían cola eran mujeres y, además, la mayoría servían en las casas adineradas de allí. Cuando pasaba por su lado, muchas contaban que tenían miedo de coger ese transporte sin distancia o comentaban que sus maridos eran los propietarios de sus vehículos y que ellas solo tenían aquella alternativa. 

Hace unos días vi en televisión una campaña del Ministerio de Transportes y Movilidad para favorecer el transporte público. La demanda sigue un 40% por debajo de los niveles previos a la pandemia, según los datos de las concesiones. Si esperaban que las administraciones aumentarían bastante más las frecuencias para evitar aglomeraciones, estábamos equivocados.

Hubo quienes optaron por su vehículo privado, más gasto y contaminación. Especialistas en la materia han repetido por activa y pasiva que el bus es un transporte seguro. Pero sigue inquietando esto de mantener la distancia en los ascensores o en el andén, pero que dentro del vagón desaparezca la norma. A no ser que ómicron sepa cuándo va en metro o en cercanías para que no te contagie quien llevas detrás tosiendo sobre ti.

Pero aún me quedan dudas por resolver en esta materia y es el tema del AVE o del avión, a pesar de los filtros que promocionan y de que sobre los aerosoles se habla poco. ¿Por qué se pide el pasaporte covid en un restaurante pero no se pide en un avión o en el acceso al tren, como ocurre en Francia o Italia? ¿Alguien me explica por qué se ha pedido a la hostelería unas medidas que el AVE o el avión no cumplen sirviendo menús en un espacio cerrado durante horas y donde una persona puede comer a tu lado sin problema? 

Quizás antes de hacer campañas, sus responsables deben pisar a diario el transporte público. Para dar respuestas y medidas sensatas en todos los casos y no contradicciones, que estamos agotados. 

*Periodista