Acabo de anular la cita del próximo viernes con mi psicóloga y la he bloqueado de mi vida para que no pueda localizarme nunca más. Me siento tremendamente estafado. Yo, que he garantizado con cada vómito el pienso para los hijos de sus hijos. No quiero saber más, nada más, de esa ingrata.

Con todos los ojos cubiertos de engaño, he llamado de manera urgente al de la mudanza y le he sacado de una boda, probablemente borracho, para que prenda fuego a su consulta y solo salve de allí mi diván, ese trozo oscuro de cuero en el que me he ido sudando durante los últimos años, y me lo deje cerquita de la Ciudad Deportiva del Extremadura: a la atención de Manuel Mosquera. Porque quiero vivir allí, en sus ruedas de prensa, con una copa de vino, y ver cómo le miran cuando habla y se siente que a Manuel Mosquera solo se lo cree ya Manuel Mosquera.

No tengo pruebas, pero sus palabras han de sonar con tal fuerza dentro de él, deben generar tal puñetazo en su sistema, que empiezo a sospechar que si Almendralejo pasara una época de sequía, Manuel Mosquera se vería con el poder de pintarse dos rayas en cada lado de la cara, se cubriría el cuerpo de pieles y se echaría a la calle descalzo. Con paso lento y seguro iría hasta la fuente de Las Ranas y, allí, mirando al cielo hablaría de lo que nunca nadie podrá entender, daría tres golpes en el suelo con su pie derecho y comenzaría a llover.

Quiero estar cerca de tíos que dicen que ven Manos Gigantes y no molinos. Quiero masticar, a palo seco, los problemas y no necesitar alcohol para que no se me hagan bola. Quiero sentir la banda sonora más épica del mundo a cada paso que doy. Quiero hacer magia y, en una noche, convertir a catorce niños en leones. Lo de querer convertir el pan en vino, todavía lo estoy estudiando.

Y, por eso, huyo tanto de mi psicóloga como de los textos vacíos de Defreds, de las tazas de desayuno de Mr. Wonderful o del positivismo tóxico que inunda Instagram y nuestras vidas. Porque no siempre querer es poder ni siempre recibes todo lo que das. Porque antes del covid ya existía esta otra pandemia: la de las palabras huecas, esas que no suenan como lo hace todo lo que está vivido: a roto. Y ya puestos a vivir, ha de ser la hostia hacerlo como lo hace Manuel Mosquera: en voz alta. Guste o no.

*Periodista