Ninguna diferencia entre la decisión del presidente Draghi, a saber, «vaccinazione obbligatoria», y el propósito del presidente Macron, que no es otro que «emmerder les nos vaccinés». O solo la diferencia entre decretar y provocar.

La decisión de Draghi, pese a las advertencias sobre su inconstitucionalidad, será la que adopten la mayoría de países, porque no hay Constitución que no permita la obligatoriedad de la vacuna ni Gobierno que lo dude. Ni siquiera es preciso argumentar que las dos terceras partes de los ingresados en UCI no están vacunados, que tal es la justificación, el argumento. La cuestión es que los no vacunados, todos, antivacunas o no, decretan la infección de los otros. Suficiente para la «obbligatoria». 

El propósito de Macron, osease, «joder a los no vacunados», no puede ser objetado por su inconstitucionalidad, ya que no se trata de vacunar obligatoriamente y, por lo tanto, garantiza el derecho a no vacunarse, que es lo que reclaman los antivacunas. Lo que se ha propuesto el presidente francés con los no vacunados es que sepan que los derechos tienen contrapartidas, o más bien un coste, diciéndoles que, «a partir del 15 de enero, ya no podréis ir a un restaurante, no podréis tomar una copa ni ir al teatro, no podréis ir al cine...». En eso consiste el «emmerder».

La diferencia entre la decisión de Draghi y el propósito de Macron es el interés mediático. El decreto de Draghi es un procedimiento de Gobierno, aunque luego la Corte Constituzionale pueda fallar contra él como el Tribunal Constitucional falló contra los estados de alarma en España, mientras que el propósito de Macron es una provocación, por más que la provocación la provoque el verbo, nada más, un presidente que dice «joder». Mediáticamente, el propósito de Macron da más de sí.

Pero también políticamente, ahora que Francia está en campaña electoral. El reproche generalizado es que Macron discrimina: franceses buenos vacunados y franceses malos no vacunados. Y eso, comparado con la posible inconstitucionalidad de la decisión del presidente Draghi, es más grave. Es antidemocrático, le recuerda la prensa y le endosan los adversarios, de Pécresse a Mélenchon. Es posible. Pero las democracias distinguen entre evidencia y videncia, por poner un ejemplo muy a propósito del propósito Macron. Aunque no lo decreten.

* Funcionario