No es país para viejos no solo es un buen título, sino el lema que deberían colgar algunas tiendas en la puerta de entrada. No hablo de tratar de caber en una XS o de querer quitarse años creyendo que una tabla de surf es también una tabla de salvación cuando se pasa de los cuarenta.

Hablo de entrar, por ejemplo, en una tienda de informática y tratar de entenderse con el dependiente que habla tu mismo idioma pero se esfuerza en parecer si no extranjero, sí habitante de algún lugar élfico inalcanzable. Para quienes nos ganamos la vida tratando de hacernos entender y de que los demás comprendan, que alguien se esfuerce por lo contrario nos desconcierta. 

"Me encantaría ser capaz de perder la paciencia y de recurrir a la frase el cliente siempre tiene razón"

Aun así, suelo sonreír y confesar mi ignorancia absoluta, ilusa de mí, como si así consiguiera la benevolencia del sumo sacerdote del saber oculto que a mí me está vedado. Todo está en nuestra página, me dicen, cuando trato de que me expliquen la diferencia o la capacidad de almacenamiento de un portátil normal y corriente. Ya, contesto, pero agradecería mucho que me lo explicaras ahora. 

Entonces, el amable elfo se transmuta en orco y con señales inequívocas de que le estoy robando un tiempo precioso, trata de darme nociones de un conocimiento arcano para el que sin lugar a dudas no estoy preparada. 

Me encantaría ser capaz, por una vez, de perder la paciencia, de recurrir a esa frase que ya es máxima en todas partes y que algunos quisieran aplicar en el entorno educativo, eso tan soberbio de que el cliente siempre tiene la razón, pero no puedo. Me pierde la educación recibida, y aunque lo que me pide el cuerpo es no volver, acabo por hacerlo acompañada de un intérprete, o sea, mi hijo adolescente. 

Entonces se produce el milagro y , entre cabeceos, llegan a un acuerdo. Y cuando los miro, como una anciana reina destronada, no sé si sentirme orgullosa de que mi primogénito sea capaz de comprender la nueva lengua o desear aunque sea metafóricamente, como la reina de Alicia, que les corten la cabeza a quienes utilizan las palabras no para comunicar sino para fingirse dueños de una jerga cuajada de términos ingleses y tecnicismos que bien pudiera ser sencilla solo con que se lo propusieran. 

Al final, abandonamos la tienda o país de los términos ignotos, y volvemos a la realidad, no más sabios, como debería ser, pero al menos no más ignorantes de aquello que realmente importa, y eso basta.