Alberto Garzón es un ministro de carácter político. Su cartera, claro, tiene la misma naturaleza. Nada en su trayectoria política, profesional o académica sugiere una vinculación con su actual cargo. No mantiene el perfil que sí muestra, por ejemplo, Nadia Calviño (con el añadido de su «independencia» y falta de carné), cuyo recorrido profesional le otorga una familiaridad técnica para el desempeño de su labor al frente del ministerio.

Ser un técnico no es garantía por sí mismo de ser un buen ministro. Como tampoco, al contrario, acceder al cargo por carrera política supone de facto que alguien va a ser mal ministro. Existen ministerios donde es conveniente que el titular «sepa de qué va la cosa». En ocasiones por su especificidad, en otras por la coyuntura, es deseable que al frente del ministerio esté alguien que conozca el sector que va a, en cierto modo, a regular. Consumo no entra en esta categoría.

Al final, un ministerio lidera la acción política del gobierno en su radio de acción. El ministro está rodeado de asesores que complementan el conocimiento en la tarea, y de una estructura funcionarial que asegura la continuidad de los trabajos más allá de los que están de paso y sin (en teoría) vinculación con las siglas. Así que tampoco es que haga falta estudiarse cien libros para llegar al puesto. Eso sí, una vez que te haces la foto en la escalinata con la cartera ya debes saber dónde te has metido.

Un tipo como Garzón, que sólo ha cobrado nóminas por sus cargos, debiera saber que su posición en el consejo de ministros es eminentemente política. Es más, como parte activa en la negociación PSOE-Podemos para la legislatura, está al tanto que es parte de una cuota de poder. En un ministerio sin demasiada capacidad legislativa, debiera conocer que en la comunicación reside gran parte de la acción de su ministerio. Y, aún así, no ha conseguido dejar de pisar todos los charcos que hay en su camino. Ya no sé si es que le va chapotear. 

Claro está que un ministerio forma parte de un gobierno y por eso no es «ideológicamente asexual», que diría el ínclito Simancas. Pero no es una herramienta para llevar a cabo tu propia agenda. La gestión pública no es únicamente política. Desconocer que las declaraciones de un ministro pueden tener un profundo impacto sobre el sector al que se dirige o considerar que es más relevante poner en marcha tus postulados que la administración de problemas concretos sólo puede considerar infantilismo político. Si, además, creas polémicas donde no las hay, es de nota.

"El PSOE ha entrado en trance electoral y piensa capitanear sus «éxitos» y culpar a los morados de los males"

Y eso que esta última tormenta perfecta, por su entrevista en The Guardian y lo que explicó sobre la ganadería en España, es bastante estéril. Él mismo, en un gesto que incide en la candidez de su discurso, trató de responder poniendo la traducción de sus declaraciones. Lo que no parece entender es que existe algo que se llama responsabilidad institucional y que los detalles importan tanto como el contenido. Un ministro hablando con una cabecera extranjera debe saber que ni habla a título personal ni que será inocuo lo que diga. 

Garzón anhela mantener un perfil público que no le haga caer en el olvido. Se abona a declaraciones altisonantes, normalmente mal recibidas, y a ocurrencias varias. Sus críticas a un sector clave como el turismo (lo calificó como «de bajo valor añadido»), financiar una campaña con el eslogan «El azúcar mata» o exponer Cuba como modelo de consumo sostenible son más propias de un activista en campaña que de un ministro.

Si considera que la ganadería intensiva está solamente compuesta de macrogranjas, puede impulsar un cambio legislativo, investigar o plantear una transición. Desde luego coordinado con el titular del ramo (el único cuyo enfado parece genuino). Su posterior reivindicación pública («impecable») en realidad muestra el desconcierto sobre el revuelo montado. Él cree que hace bien. 

Su ingenua sorpresa viene de que ha sido su propio gobierno el que le ha dado de lado. Acaso no es consciente de que la parte socialista del gobierno ha entrado en trance electoral y piensan capitanear sus «éxitos» y culpar a los morados de los males. Ya van diciendo que son ellos los que realmente hacen buena gestión económica (sic) contra toda evidencia. Lo creas o no, es una víctima de fuego amigo. Y va a arreciar.

*Abogado, experto en finanzas