Ayer viernes se presentó, en formato virtual, tanto por imperativos de la pandemia como para que pudieran asistir poetas y lectores de ambos lados del Atlántico, el poemario quebrantos, primer libro de Matías Ruiz (Lima, 2000), ilustrado por fotografías de Micaela Valdivia y publicado por las ediciones del Laboratorio, proyecto dirigido por el también poeta y crítico Maurizio Medo, igualmente peruano y limeño, pero bien conocido en España (su último libro publicado aquí, Las interferencias, por cierto, fue prologado por el cacereño Julio César Galán). Medo, en las distintas entregas de su antología País imaginario, dedicadas primero a Latinoamérica y que pronto abarcará también a poetas españoles, ha ido abogando por una visión de la poesía como búsqueda y ruptura, frente al achatamiento y conformismo dominantes en nuestro país, donde la abundancia de títulos publicados no encubre un nivel bastante previsible.   

De siempre, el intercambio poético entre ambas orillas ha sido fructífero: la llegada de Rubén Darío o la de Pablo Neruda revolucionaron la poesía patria, y Perú es un país en el que, ya por contar con César Vallejo como poeta preeminente, resulta más fácil adentrarse por vericuetos de escritura que en España harían fruncir el ceño a más de un crítico de esos que optan por la “línea clara” (y el chocolate espeso, supongo).

De los diálogos entre poetas que posibilitaba el Laboratorio de Escrituras y Transtextos, y de las lecturas de poetas españoles que, como mediador y barquero entre ambas orillas, daba a leer Medo a sus alumnos (José-Miguel Ullán, Olvido García Valdés, Marcos Canteli o Ángel Cerviño entre otros) se alimentó la búsqueda personal de Matías Ruiz, que a día de hoy, y como es normal en un joven de su edad, cursa aún estudios universitarios de Lingüística y Literatura en Lima, aunque próximamente vendrá a España. Una búsqueda que siguió un camino propio, en actitud es escucha, “a orillas del rumor” que va haciéndose más nítido, dentro de un “oscuro / contorno / (borrado / como un eco)”, una “voz en borradura” que es lo que evocan unos poemas donde los silencios, los “blancos” dicen tanto como las palabras, y que muestran haber sido trabajados y decantados, convencido Matías Ruiz de que “lo que / calla permanece”, como también de que la poesía nos puede “mostrar las hendiduras / lo cuarteado” de una realidad cambiante e inestable.

La búsqueda de una voz propia se conjuga con la expresión amorosa, el trazo de la ausencia (“en la sombra / tu carencia”) o de “una presencia / difusa sombra / que da el ruido”. La sombra, como imagen de lo inasible de la persona amada para el amante, hace que ese viaje coincida con la indagación poética y la certeza de lo imperfecto siempre de la expresión, por muy exigente que se sea, y por eso, el poeta se ve con “los ojos / sobre el mimbre / en el // suelo la escritura / ¿huellas, gota? // todo lo que sabes / no saber”, un poema que muestra esa insatisfacción con lo escrito que es una de las marcas del poeta inquieto, no del narcisista versificador seguro de sí mismo.

Siempre he creído que a los jóvenes, y más en una época como esta, donde los acechan tantas formas de divertimento y dispersión, desde TikTok al youtuber de moda, hay que alentarlos si demuestran interés por la literatura. Hay otros profesores que en cambio prefieren cortar las alas, y recuerdo el asombroso caso de una compañera de carrera, que fue a mostrar con toda ilusión e ingenuidad sus poemas al profesor al que admiraba en Filología, para recibir el consejo de que se dedicara a otra cosa, como si no tuviera margen de mejora, o como si aquel profesor no hubiera publicado, en su juventud, versos que tampoco eran para tirar cohetes, sino más bien para tirarlos a la papelera.  

*Escritor y profesor