Una reciente entrevista en prensa al experto en educación digital Jordan Shapiro ha avivado el debate en torno al problema de cuándo y en qué condiciones permitir a los niños el uso de móviles o dispositivos similares. Shapiro defiende la necesidad de educarlos en el uso de esas tecnologías antes de los doce o trece años. ¿Es razonable su propuesta? 

Partamos del hecho innegable de que el móvil y otros aparatos equivalentes son ya parte consustancial de nuestro entorno, cuando no de nuestra identidad o de procesos cognitivos básicos como memorizar, ordenar, buscar o comunicar información. Se utilizan para todo y nadie, ni el más crítico con ellos, renuncia a utilizarlos. Si es así, educar intensivamente y desde muy pronto en un uso adecuado de los mismos no parece ninguna insensatez. Y sin embargo no es esta la política habitual por parte de familias y educadores, que suelen preferir prohibir el usoa educar en él (algo bastante contraproducente, pues los niños a los que se les prohíbe o restringe severamente el acceso al móvil, a los videojuegos o a la tele, suelen ser los mismos que en cuanto tienen ocasión se dan de forma compulsiva y desordenada al abuso de esas tecnologías y entretenimientos).

¿Por qué mantener entonces la actitud prohibicionista? Uno de los pretextos es la supuesta adicción que generan las «nuevas» tecnologías. ¿Pero es esto cierto? No lo creo. En todo caso, los entornos digitales serían hoy tan «adictivos» como hace veinte o treinta años lo eran los entornos físicos, pues los chicos hacen hoy a través del móvil y el ordenador sustancialmente lo mismo que hacían antes en la calle o en el salón de casa: entretenerse, socializar, educarse, comprar, jugar, conversar con otros… No se trata pues, salvo excepciones, de ninguna adicción, sino de un (complejo y rapidísimo) cambio de costumbres por el que lo que antes se hacía de determinada forma ahora se hace de otra. Con todas las consecuencias que ello supone, por supuesto; buenas y malas.

Porque tampoco es fácil saber si interactuar en entornos físicos es siempre mejor que hacerlo a través de dispositivos digitales. La calle no tiene por qué ser menos peligrosa o condicionante que el móvil o el ordenador; en ambos escenarios se dan la publicidad, los comportamientos inmorales o indecorosos y todos los peligros que supone vivir en un mundo como el nuestro. Y en ambos casos de lo que se trata es de educar, y no de impedir que el niño se relacione con ese mundo (sea analógico o digital). No olviden que los niños sobreprotegidos están siempre más expuestos a todo tipo de peligros (pues carecen de experiencia y de autonomía para afrontarlos), uno de los cuales, por cierto, es el de contagiarse de las creencias y miedos de padres obsesionados por controlar a sus hijos (ahora a través del móvil). Casi diría que los niños tienen siempre más probabilidad de verse afectados por unos padres neuróticos que por abusones o pederastas (que los hay en las redes tanto como antes los había en calles y parques). 

Otra objeción frecuente es la de los daños cognitivos que ocasiona la utilización del móvil en niños y adolescentes, algo que hasta la fecha nadie ha demostrado fehacientemente, y que no resulta muy creíble. A mi juicio, los niños de ahora estudian, piensan y se expresan como siempre (con leves cambios, unos a mejor y otros a peor). Es cierto que se distraen mucho con el móvil, pero como antes, y por la misma razón (los rollos que les obligamos a hacer o padecer), lo hacían con el vuelo de una mosca. En cuanto al acoso o el aislamiento social, hoy hay una sensibilidad y unos recursos – precisamente digitales – para paliar ambos fenómenos que ya hubieran querido los chicos de hace treinta años, cuando era normal acosar con impunidad a los más débiles en el patio de recreo o en la calle y no existían las redes socialespara mitigar la soledad del que, por lo que sea, carecía de suficientes habilidades sociales. El valor de la inclusividad y del respeto por el diferente son valores de ayer por la mañana, y están ligados al contexto de una sociedad global e interconectada.

En todo caso, recuerden que el rechazo a los cambios asociados al desarrollo tecnológico es una constante cultural. El pánico que provoca hoy el uso infantil de los móviles es el mismo que ya suscitaron los videojuegos, los ordenadores o la tele. Todo lo cual no quiere decir que no seamos prudentes, o que no tengamos que establecer una regulación legal de protección al menor, sino que, con todo, lo más importante es acompañar a los chicos y chicas en la iniciación a un mundo vinculado innegablemente a la tecnología, educándolos para vivir en él de forma lúcida, crítica y ética. No hay mayor inversión que esa en la seguridad y dignidad de los niños.

*Profesor de filosofía