Acaban de llegarme a casa unas tarjetas de presentación personalizadas: Tony Stark, organizador de bautizos.

Hace una semana, fruto de una nueva crisis existencial, en una de esas tardes tontas entre las páginas de porno y las de las rebajas; llegué a una web china, de dudoso recorrido, especializada en este tipo de tarjetas y, sin mucha fe, encargué un centenar.

Hace cinco minutos que he abierto a un repartidor que, sin dudarlo, al ver mi cara, me ha dicho:“¡aquí las tienes, Tony!”.

He cerrado la puerta, me he puesto un café, he respirado y he pensado: qué bien funcionan estas páginas de mierda.

Necesito estas tarjetas porque en un futuro quiero vivir de algo que llevo haciendo gratis toda mi vida: poner nombres. Lo hago con cosas, con personas o con lugares. Lo tengan o no, yo les bautizo e incluso, en varias ocasiones, hasta que logro recordar quiénes son o en qué lugares están. Es cuestión de supervivencia, ya que, tengo miedo a olvidar; y un nombre es como esas migajas de pan que se dejan caer a propósito: un camino por el que volver.

Es algo que viene de lejos, de cuando tienes la piel de papel, como todos los traumas. En un recreo perdí una figura de Dragon Ball, creo que era un Vegeta Super Saiyan. Se lo encontró Edu, el más listo de la clase. Cuando le dije a la profesora que aquel muñeco era mío, Edu, llamó al Vegeta por su nombre completo, con sus declinaciones, y yo, incapaz ante el juicio de la profesora, lo perdí.

Desde entonces: Edu, “El mierdas”, el parque de “La teta”, el puente de “La luz”, las pistas de “El cojo”, la tienda de “El beso”...Muchos de mis amigos ya conocen esta lengua y, desde que la usamos, nunca nos hemos vuelto a confundir al hablar de quien queremos hablar o al llegar donde habíamos quedado. Son años usando el mismo idioma y lejos de nosotros, habrá muchos más; pero, no será como este porque dudo que haya otro tipo con tanto miedo a olvidar lo que no tiene nombre como yo.

<<Estoy saliendo del campo de fútbol “en donde rayaron el coche de Fernandino”, ahora nos vemos.>> -Les digo en el grupo de Whatsapp que tenemos los de siempre.

<<Estamos en el bar de “El pupitas”. Vente a comer>>

Ellos ya saben que vengo del campo de fútbol del Casar de Cáceres y yo ya sé hacia dónde tengo que ir para hablarles de un chaval que lleva el diez a la espalda en la camiseta del Cacereño B y que juega como lo hacían los de los ochenta: con las medias por los tobillos. Flota e inventa, no pesa. Y le ves jugar, desde fuera, y sientes miedo de que puedan chocar contra él y le desmonten de un golpe. Luego, respiras al darte cuenta de que esquiva el golpe con la facilidad del que ya ha estado antes ahí, porque va un segundo más rápido que todos.

Sobre el número del chaval, leo: M. Nieto.

Ya sabéis de mi miedo a olvidar y, entre raciones de croquetas y calamares, les hablo a mis amigos de “el de las medias caídas”.