Cansadas de discutir con el cajero automático que ni siquiera da las gracias como las máquinas de tabaco, algunas personas añosas han comenzado a protestar. Quieren que los bancos les atiendan en persona, con horarios amplios y empleados que gestionen sus demandas o, al menos, les presten ayuda. Difícil empeño. 

No se trata, desde luego, de una réplica del movimiento que hace unos años proponía ocupar Wall Street y, en general, los templos del dinero. Aquello era más bien una protesta contra la avaricia del mundo financiero y el muy desigual reparto de la riqueza entre ricos, pobres y mediopensionistas.

Mucho más modestamente, los jubilados españoles se limitan a pedir un trato personal como clientela que son. Dan por sentado que las gentes de cierta edad mantienen, en general, una difícil relación con la informática, por más que Bill Gates y otros gerifaltes de tal gremio sean más o menos de su misma quinta.

Bancarios y banqueros alegan que el cajero automático es de fácil uso, aunque no dé conversación como el cajero de toda la vida (suponiendo que aún exista). Tal vez ocurra así, pero eso es tanto como ignorar que las viejas reglas del comercio aconsejan dar siempre la razón al cliente, que, en este caso, está en su derecho de reclamar que lo cuiden de forma personalizada, por decirlo en el lenguaje un poco cursi al uso. Aunque sea viejo, o precisamente por eso.

Anciano, y mucho, sería hoy, de hecho, el inventor del cajero automático, John Shepherd, de no haber fallecido hace cosa de un decenio, cuando andaba ya por los 84.El diabólico si bien práctico aparato con el que ahora choca alguna gente mayor lleva ya más de medio siglo en activo desde que el primero de ellos fuese instalado en una oficina bancaria de Londres. 

Cierto es que entonces la máquina se limitaba a expedir billetes, a diferencia de los actuales cajeros que permiten -en teoría- hacer casi cualquier gestión. El contradiós está en que el encargado de ejecutar esos trámites pasa a ser el cliente en lugar de un asalariado de la empresa financiera.

"Alegan que el cajero automático es de fácil uso, aunque no dé conversación como el cajero de toda la vida"

De ahí que la protesta de los mayores reñidos con la automatización tenga pocas oportunidades de alcanzar el éxito. Mucho es de temer que el ahorro de costes -en personal y oficinas- siga siendo norma de la banca, como el de cualquier otro negocio. 

Con casi diez millones de pensionistas -y subiendo- como existen en España, algo de fuerza deberían tener los veteranos de este país a la hora de reclamar que los custodios de su dinero los atiendan como es debido.

Infelizmente, el trato personal se ha convertido en un lujo que muchas empresas no pueden o no quieren afrontar. Incluso en la industria, los robots que no se sindican, no exigen subida de sueldo y trabajan 24 horas al día van sustituyendo paulatinamente a los trabajadores.

Lo de los bancos es más sofisticado aún, en la medida que consiguen que sus parroquianos trabajen para ellos desde el ordenador de casa o desde el móvil: y sin cobrar un duro. 

Automatizar al cliente tiene su precio, claro está. El de que los afectados reclamen mejor trato, por ejemplo; aunque ese es un inconveniente tan llevadero como cualquier otra protesta. Los aficionados al casino saben bien que la banca siempre gana.

*Periodista