Si nos detenemos a pensarlo, nos daremos cuenta de que el solo hecho de abrir un grifo y que salga agua es algo casi milagroso. En general, las generaciones contemporáneas no valoran lo extraordinario que resulta dicho acontecimiento. 

Los más jóvenes, porque han tenido agua corriente en casa desde el principio de sus días. Y algunos mayores, porque han acabado olvidando los tiempos en que la carestía formaba parte de lo cotidiano. De entre unos y otros, los mayores siguen otorgando más valor al agua de lo que lo hacen esos jóvenes que nunca han sufrido la escasez. Porque en los mayores anida aún el recuerdo de otra época, de lavar la ropa en ‘charcones’ y pilas sirviéndose de las paneras, y de asearse con el agua de una jarra o una olla en un baño de zinc o plástico, o con la ayuda de una palangana. 

Apenas han pasado unas décadas desde aquello. Y poca gente repara en la suerte que tenemos de poder abrir un grifo y que fluya el agua, de que brote la lluvia de una alcachofa de ducha, de que al apretar el botón de la cisterna logremos lanzar a los desagües todo lo que nos sobra. 

Piénsenlo. Hace no tantos años, el cuarto de baño ni siquiera existía como estancia de la casa. Para asearse, cualquier otro espacio era válido. Y para las necesidades fisiológicas, ya estaban las cuadras, el corral, la escupidera u orinal y el campo. 

Habrá quien se carcajee cuando se reivindica el inodoro como signo de desarrollo. Pero no es ninguna tontería, porque se evitan muchísimas enfermedades gracias a la existencia de los retretes. Solo hay que constatar la cantidad de problemas de salud que padecen las personas que habitan los países subdesarrollados por la ausencia de servicios higiénicos y del saneamiento del agua. Agua para beber, agua para asearse y agua para depurar. 

El ser humano y el planeta son, en buena medida, agua. La humanidad ha buscado la cercanía al agua para subsistir y prosperar. Nuestra civilización no habría alcanzado las cotas de desarrollo con que cuenta sin el agua. Porque, además de para todo lo señalado, el agua es también esencial para cultivar, para que podamos seguir alimentándonos. Se mire como se mire, si falta el agua, tenemos un problema. Solo abjuramos de ella cuando la naturaleza se desata y arrasa con todo, o cuando se produce un ahogamiento. Pero, en casi la totalidad de sus manifestaciones, «agua» tiende a ser sinónimo de «vida». Cuando se secan los arroyos, cuando los cauces de los ríos discurren menguados, cuando disminuye el nivel de los embalses, cuando se enturbia el agua de los pozos, entonces, tenemos motivos para preocuparnos. Por eso, no deberíamos derrochar el agua. Y por eso mismo, no solo debería andar pendiente del pronóstico meteorológico la gente del campo, sino toda la ciudadanía. Ojalá llueva pronto.