El día de los enamorados se extiende a lo largo de todo el año, afirman los que no creen en celebraciones o los que han olvidado comprar el regalo, y de pronto se encuentran con una sorpresa que espera una correspondencia que no va a llegar nunca, si no se tiene una multitienda 24 horas al alcance de la mano. 

Mientras, los defensores del catorce de febrero siguen haciendo su trabajo, inundando de corazones los institutos, envolviendo en papel rojo pequeños detalles y colapsando las reservas de los restaurantes para cenas románticas a la luz de las velas. 

"Lo curioso es que una celebración que en España no tiene ni un siglo haya calado tan hondo"

Lo curioso es que una celebración que en España no tiene ni un siglo y que se creó para incentivar el gasto haya calado tan hondo. Será que somos un país al que no basta con la larga lista de tradiciones heredadas o con todas las ocasiones festivas que el calendario nos brinda generosamente. O será también que no es suficiente disfrazarse en Carnaval, comer castañas en los Santos o regalar monas de Pascua y necesitamos además rellenar calabazas, y jugar al truco o trato. 

O quizá creer en el amor, aunque sea de celofán rojo, supone un aliciente para un día anodino, un lunes por ejemplo, que puede transformarse en la promesa de un sábado por la noche si se recibe o regala un corazón, una nota o un clavel. No debería extrañarnos que abracemos una tradición extraña, sino que nos lancemos a celebrar el amor como si su concepción no hubiera cambiado a lo largo de este siglo. 

Resulta ingenuo y enternecedor, pero también un poco peligroso, que sigamos creyendo que el amor es un poema copiado, un anillo, o un postre compartido a la luz tenue de unas velas. 

Puede que san Valentín haya transformado este lunes en un fin de semana, pero luego hay otros lunes, y otras semanas, y cenas en silencio, o velas apagadas, y la construcción de los días que estalla las costuras de los corazones rojos. 

También habría que instaurar el día de la feliz convivencia o del amor cotidiano o de la supervivencia de la pasión, a pesar de todo. Sería más realista, pero no triunfaría en los institutos, ese semillero de claveles, notas secretas y deseos de amores eternos que, benditos sean, ni conocen ni quieren oír hablar de algo parecido a la monotonía. 

Aunque sea por ellos, por ese crujido nervioso del papel de regalo, merece la pena cerrar los ojos y creer que este lunes hemos celebrado un amor a salvo de cualquier rutina, un amor capaz de cruzar el agua fría y perder el respeto a ley severa, de incendiar la compra, las tardes de domingo, las mesas camillas y las familias políticas... hasta convertirlas en ceniza, sobre las que escribirán palabras tiernas que un día se cubrirán de polvo, mas siempre polvo enamorado.