Uno, que ya está un poco pasado de moda, sigue recordando con nostalgia aquellas letras de Silvio Rodríguez cuando cantaba Mi unicornio azul, aún hoy en día sin descifrar, el motivo que infundió al autor, pero que para cada uno significaba o podía significar cualquier cosa, un amor, una amistad, una ilusión, incluso una vocación, lo bonito, o lo triste, era que todos tuvimos o tenemos un unicornio azul que se nos puede ir, que se puede perder, y que necesitamos recuperar, como dice la canción, bien lo pagaré, con uno o un millón, pero queremos volver a encontrarlo.

"No busquen unicornios azules, ya los tienen en cada centro, en cada aula, todos los días"

Hace bien poco, nuestro Ministerio de Educación se ha pronunciado sobre lo que quiere para nuestros próximos futuros docentes, loable que se tenga en cuenta que nuestra profesión no es cualquiera, y que no cualquiera vale, no hay duda. Sin embargo, me llama la atención la ausencia de conceptos técnicos, de excelencia académica o meritocracia, reconocimiento social, salarial o simplemente institucional, en favor de unicornios azules, como si no lo tuviéramos ya y, lo peor, no hubiesen dado muestra de ello.

Vocación, comunicación, temporalización y demás aspectos subjetivos que se quieren medir antes de ser medibles o coronar con un cuerno añil para tapar las deficiencias de unas pésimas políticas educativas que pretenden con ello tapar sus vergüenzas o su incapacidad, como solución a un problema que no existe entre, por y para los docentes, pero sí que existe en nuestro sistema educativo, y del que se pretende desviar el foco de atención, precisamente donde no es necesario buscarlo, en nuestros docentes. 

Busquen la ilusión perdida donde la sociedad la ha perdido, en unas políticas educativas pensadas más en la política y sus políticos que en la educación y sus alumnos y familias. Ese sí que es un unicornio azul perdido y que es necesario buscar y encontrar.

Por eso, ustedes disculpen, no busquen unicornios azules, ya los tienen en cada centro, en cada aula, todos los días y a todas horas, pero lo que sí deben hacer es que no se pierdan, ni se vayan, no los unicornios, el azul con el que ahora y todavía están brillando a pesar de los pesares. Con una vocación altruista que han demostrado y están demostrando día a día, cada vez que asumen funciones que no les corresponden sin reconocimiento ni recompensa, cada vez que se multiplican para poder atender las necesidades académicas, afectivas e incluso familiares de todos y cada uno de sus alumnos.

Que nuestra profesión docente necesita de una regulación de acceso a la docencia, estatuto propio y regulación de carrera profesional acorde a las necesidades no sólo sociales sino laborales y salariales es una obviedad. Que nuestro sistema educativo necesita de una reforma profunda y consensuada no sólo con los colectivos docentes, aunque principalmente, además, con el resto de estamentos e instituciones familiares, laborales, municipales, sociales, y un largo etcétera, también, pero lo primero y fundamental es el reconocimiento y respeto a nuestro trabajo, el que realizar, el realizado y el que se está realizando. 

Antes de buscar unicornios azules por llegar, cuiden de los que ya están, no fuera a ser que los que lleguen no se quieran quedar.