Los padres son quienes más padecen cuando dos hermanos se enfadan. Los hijos son quienes más sufren cuando unos padres se divorcian. Generalmente es así. Pero también salen emocionalmente maltrechos de estas disputas otros miembros de la familia. 

Cuanto más fuerte es la ligazón sentimental, mayor es el dolor que se produce ante una ruptura o desencuentro. Y cuanto más explícitas se hacen las desavenencias, mayor es el enconamiento y la distancia que acaba separando a quienes un día compartieron una misma senda, alegrías y penas, éxitos y fracasos. 

Sabemos, igualmente, que los más trágicos conflictos bélicos son las guerras civiles, porque ni siquiera los vínculos afectivos y de consanguinidad representan tope alguno a la hora de frenar la crueldad y la violencia que se desatan en esas inhumanas circunstancias. 

Independientemente de la opinión que cada cual tenga a propósito de la crisis que vive el Partido Popular en estos momentos, de lo que ha conducido a ella y del papel desempeñado por los distintos implicados en la disputa que se está produciendo, quienes más están sufriendo son los militantes, simpatizantes y votantes del partido hegemónico del centroderecha durante los últimos 40 años.

Todos ellos están contemplando, entre atónitos, tristes, enfadados y desesperanzados, el despedazamiento público del partido que, sobre los cimientos de la AP de Manuel Fraga, construyó José María Aznar a partir del congreso de Sevilla en 1989. Si el nacimiento y consolidación de otras alternativas políticas suponen un desafío para un PP con aspiraciones de gobierno, el enfrentamiento público que están protagonizando, y las acusaciones que están vertiendo, dos de sus figuras más reconocibles constituyen un lastre que pone en peligro la misma supervivencia de un proyecto político por el que muchas personas anónimas y humildes llevan décadas trabajando por puro idealismo. 

Viendo el espectáculo con el que tanto se están divirtiendo los partidos rivales del PP, uno no puede sino recordar que, tras la marcha de Mariano Rajoy, se jubiló de manera prematura a toda una generación de políticos de eficacia, seriedad, honradez, responsabilidad, discreción y resultados más que probados.

La clase política actual adolece de muchas cualidades que revestían a los políticos que han guiado el rumbo de la nación desde que se instauró la democracia en nuestro país. Se echa de menos una política de y para adultos, y sobran las guerras de bandas y las trifulcas de patio de colegio. Pero, a estas alturas, y con el daño que se han infligido unos y otros, quizá solo una persona pueda pacificar el Partido Popular, poner orden en la casa común del centroderecha y liderar lo que sobreviva a la guerra fratricida que se ha desatado. ¿Les suena el nombre de Alberto Núñez Feijóo?