Si Pablo Casado fuera más leído, sabría que en la famosa fábula no solo muere la rana mientras cruza el río, sino también el escorpión que viaja a lomos de ella y que, incapaz de corregir su naturaleza pendenciera, acaba por clavarle el aguijón antes de alcanzar la orilla. 

Pero la vida, que tampoco es muy leída y se rige por sus propios parámetros, ha reformulado esta sabia historia y ha condenado al escorpión Casado a las profundidades del río, mientras que la rana Ayuso ha salido indemne. 

"Es curioso que los políticos compartan con los escritores esa fea tendencia al suicido"

Es curioso que los políticos compartan con los escritores esa fea tendencia al suicidio. Se suicidó Rosa Díez al no querer pactar con Rivera, hizo lo mismo el propio Rivera al no pactar con Sánchez, se suicidó Pablo Iglesias al presentarse de candidato a la Comunidad de Madrid y se suicida ahora Pablo Casado al efectuar un acoso y derribo de una política como Ayuso que vive en la ola de la popularidad.

Pero no debemos equivocarnos: el espionaje a la presidenta de la Comunidad de Madrid es el fin de Casado, pero la crónica de esa muerte anunciada viene de lejos. La expulsión de Cayetana Álvarez de Toledo; la guerra contra Vox (partido al que hubiera necesitado para llegar a la Moncloa); el sospechoso «error» de Alberto Casero durante las votaciones de la reforma laboral; la connivencia con Moncloa, que le puso tras la pista de una posible prevaricación del hermano de Ayuso... Son tantos los errores, que resulta difícil saber si Casado trabajaba para defender los intereses del PP o los de Pedro Sánchez. 

Es sabido que el escorpión nunca aprende. Casado, aun herido de muerte, no dejó de afirmar que el ya exsecretario general de su partido, Teodoro García Egea, era de su entera confianza. 

Bonita hermandad. Cuando Casado abandone la presidencia del PP (algo que quizá ocurra hoy mismo), ambos podrán montar una empresa de espionaje o de demoliciones. Experiencia y vocación no les falta.