Mientras aquellos a quienes voté protagonizan un espectáculo bochornoso que no perdonaré, la vida sigue. Y aquí me tienen en la estación nueva de Renfe de Cáceres, esperando el tren viejo para Madrid, procedente de Sevilla y cuya salida era a las 16,11, pero que ya ha acumulado 19 minutos de retraso. La voz anónima anunciadora de la demora, que suena mejor que tardanza, ha pedido disculpas, al tiempo que un malhumorado funcionario reñía a alguien por fumar en el andén, cosa que por lo visto está más fea que tenernos esperando sin remedio. 

"Tomaba un Exprés estupendo, que solo paraba en Navalmoral de la Mata; era cómodo y espacioso"

Yo no solía viajar en tren, porque ir en vilo con la amenaza de acabar tirada en medio de La Mancha, no es algo que mi tensión, mi impaciencia y mi edad soporten con ánimo ecuánime. Tomaba un Exprés estupendo, que solo paraba en Navalmoral, donde es verdad que los servicios estaban guarros pero era cómodo y espacioso. Y no es que hayamos salido más fuertes de esta pandemia de la que no salimos, sino que los estragos han destruido lo que, sin ser una maravilla, al menos funcionaba. Ese bus ha desaparecido de la oferta, así que, por no hacer en cuatro horas y media un trayecto de tres y cuarto, me quedo en el término medio de cuatro en un tren sin cafetería, que tiene anunciada su llegada a Atocha a las ocho y diez, pero que solo los dioses del abandono extremeño saben en realidad cuándo llegará. 

-Lléveme a la estación de tren y que sea lo que Dios quiera- le he dicho al amable taxista que ha estallado en carcajadas. 

Me ha respondido que no sabía cómo se consentía esto, que a los políticos de uno y otro bando, -más uno que otro, la verdad, pues aquí la hegemonía ha sido casi siempre socialista- solo les importaban ellos y que a él le parecía que poco se protestaba.

Por fin ha llegado el tren. Ahora mismo se arrastra renqueante y parece que a cada minuto se va a parar. Me ha dado tiempo de acabar el artículo. No me dará nunca tiempo de aceptar la desidia, las promesas incumplidas, el abandono y lo poco que les importamos usted y yo, querido lector, a quienes dentro de poco volverán a pedirnos el voto.