Una de las cosas más complicadas de la vida es saber marcharse en el momento oportuno. No importa si se trata de un lugar, de un trabajo, de un puesto o de una relación. 

La capacidad para saber irse a tiempo es un don. No existen instrucciones, guías, ni manuales para adivinar la hora exacta en que hay que hacerlo. A veces se producen señales que indican que sería recomendable tomar una decisión en ese sentido. Pero no siempre basta con estar alerta por si hay signos que aconsejen tomar las de Villadiego. 

Tampoco asegura el acierto la observación de lo que pasa alrededor. En ocasiones, porque las cosas no suceden ante los ojos del sujeto en cuestión sino de manera soterrada. Otras veces, porque los acontecimientos se desencadenan de manera abrupta, y no siempre es posible actuar con los reflejos necesarios. Y, a menudo, simplemente porque esa decisión no tiene que ver con los demás ni con lo que pueda ocurrir, sino con una procesión que va por dentro. 

El acierto a la hora de hallar ese instante preciso en que hay que levantar el vuelo viene determinado en no pocas ocasiones por la intuición, por un pálpito o por un proceso profundo de introspección. 

También el azar juega un papel importante en esto, sobre todo cuando analizamos hechos accidentales. Cuando eso sucede, todos los condicionales que se plantean suelen conducir a la frustración. 

Porque la vida puede zarandearnos o sepultarnos en cualquier lugar por el que pasemos, al que nos dirijamos, en que hayamos quedado o que habitemos. Y porque permanecer inmóviles convertiría la existencia en algo insoportable, y tampoco garantizaría un colchón de seguridad inquebrantable. 

Casi siempre es mejor irse antes de que te echen. Hay quien prefiere esperar a que lo echen con cajas destempladas antes de salir dignamente y por su propio pie. Hay otros que no es que no se vayan de un sitio en que no los quieren, sino que no se los consigue echar ni con agua caliente. También hay gente que viaja ligera de equipaje, que siempre tiene un lugar al que volver, que nunca deshace el petate del todo por si ha de cambiar de rumbo o que sale disparada como un cohete sin pensarlo dos veces. 

Algunas personas se empeñan en quedarse junto a quienes les conviene abandonar, y yerran. Y hay otras que no están dispuestas a perder la dignidad, la alegría o el tiempo, y no esperan a que sea demasiado tarde. 

El estar en el lugar correcto, en el momento preciso y con la compañía adecuada tiene mucho que ver con eso que llamamos buena estrella. Si permanecemos más tiempo del debido alejados o fuera de ese lugar en el mundo que, íntimamente, sabemos es el nuestro, tendremos una vida algo menos agradable y feliz de la que podríamos disfrutar.