Los refranes lo mismo sirven para rotos que para descosidos. A cada refrán su contrario. Quizá sea ese el motivo por el que de ellos recela Nuestro Señor Don Quijote. Tengo simpatía por los refranes y, al tiempo, ese mismo recelo. Nada más cervantino que la duda frente a las verdades incuestionables por arte de birlibirloque.

Al turrón. Lo de Don Benito. Así, entre nosotros, y sin hacer sangre en demasía, aquello tuvo aire de sainete. Hubo susto. Susto que a más de uno le debe estar durando aún. El cava quedó sin descorchar y lo ocurrido sin aclarar. Y no, no es el mejor comienzo.

No dudo de la voluntad popular. Ni, por supuesto, de los funcionarios encargados del recuento, porque a los funcionarios se les supone la capacidad y la probidad como a los soldados el valor. Pero miren ustedes por donde, es obligado dudar del modo en que se celebró la consulta. Un asunto serio hubiera merecido una votación seria. Y a eso no llegó, se quedó en un quiero y no puedo donde las garantías, si las hubo, fallaron. Por lo que fuera: por los pocos recursos empleados, por un exceso de confianza en la victoria, por un fallo en el disco de la trócola… o por lo que fuera. Pero empezó mal. Y los ecos del patinazo se oyeron en Finisterre (para más inri de Extremadura).

Que asunto tan capital se haya resuelto por veintisiete centésimas, repito, veintisiete centésimas, da cierto vértigo. Suena a cuando Jim Hines, en 1968, bajó por primera vez de los diez segundos en la carrera de los cien metros; el cronómetro era manual y eso hizo dudar a presentes y ausentes; Hines corría, pero quizá no lo suficiente como para semejante crono. Es el mismo caso. Cambien cronómetro manual por sistema informático de chichinabo y duden. Y duden más aún, ante la ausencia de la Junta Electoral. Que todo se haya resuelto por 41 votos, epata. Que todo dependa de si a última hora se contabilizan o no se contabilizan los votos nulos, no deja de ser un triste comienzo. Que el recuento público acabara a puerta cerrada resulta, cuando menos, sospechoso. Y que no se alcanzaran los dos tercios da para una denuncia; de hecho, ha dado.

Quizá, para limpiar el proceso, conviniera repetirlo. Mejorar las garantías, tanto en la votación como en el escrutinio. Todo para que evitar que este matrimonio nazca viciado de nulidad. Por aquello de que más vale una vez colorado que ciento amarillo. Y, si bien es cierto que «Roma locuta, causa finita» -como recordó el alcalde de Don Benito-, también es cierto, al menos tan cierto, que «excusatio non petita, accusatio manifesta».

"No dudo de la voluntad popular. Ni, por supuesto, de los funcionarios encargados del recuento"

Creo que hay cierto acuerdo en considerar que sobran tenderetes administrativos. Que nuestros municipios son hijos de un tiempo ya pasado. Que las necesidades y las conveniencias son otras. Así que -los más- celebramos el matrimonio. Creo que aciertan los contrayentes, y que, en palabras de Sancho Panza: «quien en el casar acierta ya no tiene más en qué acertar». Pero no conviene burlar a los menos. Y por eso no estaría de más reconocer que falló la trócola y volver a la casilla de salida. No hay prisa. De lo contrario alguien se preguntará, ya metidos en latinajos, qui prodest, y concluirá que aquel a quien beneficia el crimen es quien lo cometió. ¿Al PSOE tal vez? Véanse los resultados de las elecciones municipales en las últimas décadas…

En fin, si no quieren repetir la votación bien podrían buscar refrán que les ampare, ya saben, los hay para rotos y para descosidos, por ejemplo, ese que decía que hay quienes no quieren buenos principios para sus hijos. Mutatis mutandis, por supuesto.

*Abogado