Ha pasado el ocho de marzo, y queda un año hasta el siguiente. Esta verdad de Perogrullo nos recuerda que durante trescientos sesenta y cuatro días volveremos a importar lo que importábamos, o sea, más bien nada, pero llegará otro marzo y volverán a inundarse las redes sociales de color morado y los móviles vibrarán con los mensajes de felicitaciones mientras se suceden actos a cada cual más reivindicativo. 

"Mujeres que bracean siempre al límite de sus fuerzas, pero se empeñan en seguir nadando"

A mí me parece muy bien que se celebre este día, pero en el camino habrán pasado muchos lunes y muchos martes, muchas tardes de deberes, meriendas y cenas, semanas enteras en que la vida cotidiana pesa, y escuece la mentira de que el trabajo doméstico se comparte. Y no hablo de países lejanos en que las mujeres son apenas nada, sino de mi entorno más cercano. Hablo de madres que abandonan su carrera para cuidar a los hijos sin que al padre se le haya pasado por la cabeza ni intentarlo. 

Ya volveremos al mercado laboral, dicen, en la tristeza del otoño en los parques, con la culpabilidad cayendo encima como cae la luz de la tarde de vuelta a casa. Parece que una mujer debería sentirse feliz si se dedica en cuerpo y alma al cuidado de los hijos, sin hacer nada más, sin querer avanzar en su trabajo o ampliar objetivos o llegar una hora más tarde sin que le preocupen los baños y las cenas. 

Pero no vuelven al mercado laboral, porque pasan los años y es difícil incorporarse, empezar de cero, coger el coche, desdeñar trabajos que supongan jornada entera u horarios difíciles de compaginar con los de los hijos. Eso, ya digo, muy cerca, al lado. 

Mujeres que bracean siempre al límite de sus fuerzas, porque no llegan a la superficie y aun así, se empeñan en seguir nadando. Mujeres que siempre tienen que aguantar la pregunta de qué tal llevan sus parejas su éxito o su dedicación. 

Mujeres a las que les machacan con la culpa de no coser disfraces o contar deprisa el cuento de buenas noches para acabar un informe o un examen a esas horas en las que deberían estar durmiendo. Y durante los días restantes de este año que aún nos queda, seguiremos un poco igual, quizá más cansadas, con una fatiga que tiene mucho de rabia y nada de conformismo. Pero si miramos un poco más lejos, lo que pasa aquí es una mera anécdota. 

Ablaciones, matrimonios forzados, prostitución, mujeres cuyo útero se alquila... mientras aquí se pierde el tiempo discutiendo sobre el sexo de los ángeles. Y de igualdad salarial, conciliación familiar, educación sexual y reproductiva, o rebelión contra la imagen ideal de un cuerpo femenino que solo existe en las revistas y vallas publicitarias tampoco hablamos. 

Y sí, me parece bien que se celebre el ocho de marzo. Y que las redes sociales se inunden de morado y los móviles, de felicitaciones. Pero queda un año por delante, muchos días, muchos baños y muchas cenas, muchas imágenes de violencia contra las mujeres, muchas muertes, violaciones, insultos y desprecios. Y a pesar de que nos empeñamos en seguir nadando, a veces cuesta respirar para salir a flote... aunque luego se nos olvida y braceamos hacia adelante, apartando obstáculos, todos los días, hasta los que no son ocho de marzo.