Mi queridísimo Lito, mi amado y generoso perro, decidiste irte el pasado lunes, junto a mí, como siempre, y evitarme el horror frío de la mesa quirúrgica donde sacrificarte, como ya había decidido que haría esa misma tarde, convencida de que no merecía más la pena que vivieses agotado de tanto deterioro y tanta ancianidad.
Han sido dieciséis años y medio de una lealtad silenciosa e infinita, solo distraída al atardecer por el olor de otros perros, sobre todo de las hembras, pero que volvía a instaurarse sólida y segura en cuando nos disponíamos a regresar a casa de nuestros paseos diarios.
Hablo como si solo nos hubiéramos tenido el uno al otro, pero no es verdad, hemos estado junto al resto de la familia, también de Rufo y de los gatos, pero entre nosotros, aunque estuviéramos rodeados de personas y animales, se creó desde que llegaste a casa, con solo dos meses, un vínculo tan estrecho que, sinceramente, ahora yo no sé como voy a acostumbrarme a vivir sin que tú estés pegado a mí, como siempre pretendías y conseguías.
Eras mi quiste, mi apéndice y a veces yo te lo reprochaba, pero en todo momento con la boca pequeña, porque tu presencia nunca dejó de llenar de paz y compañía mi existencia, añadió alegría a mis gozos y me consoló de decepciones y fracasos, «con esos ojos más puros que los míos», como escribió Pablo Neruda.
Fuiste el mejor regalo en la vida de Rosalía, cuando yo me presenté contigo en brazos a las puertas del colegio; y también el de Laura, que fue la primera en cogerte con la inmensa ternura de una niña de dos años que te quiso en cuanto te vio. Las dos han llorado desconsoladas tu muerte, pues tú como nadie les enseñaste lo que significa amar a un animal, desde aguantar con paciencia sus juegos infantiles o a sus amigos adolescentes con ansias de achucharte, a ver como dejaban el nido para volar libres por sus propios cielos.
En este mundo de hipocresía, tú eras todo verdad Lito, tanto que tu confianza plena en nosotros mismos nos humanizaba y nos hacía mejores personas en ese proteger y cuidar a una criatura como tú, indefensa, a pesar de tus ladridos de nulo mordedor.
"Ningún ser vivo se alegraba tanto de volverme a ver, aunque yo solo hubiese salido a tirar la basura"
Estoy plenamente convencida y no exagero cuando digo que nadie me ha querido como tú; ningún ser vivo se alegraba tanto de volverme a ver, aunque yo solo hubiese salido a tirar la basura, daba igual minutos u horas, siempre me recibías con los mismos grititos de emoción y con un regocijo tan exaltado que ya en tu madurez tuvimos que operarte de una pata, provocado, según el veterinario, por tu manía de transformar la alegría en continuos saltos a nuestro alrededor.
«Adoración suprema», así llamaba Manolo tu actitud hacia mí, ese mirarme tuyo con esa pasión sin ningún tipo de duda ni disimulo que parecía decir en cualquier situación, desde la más vulgar a la más distinguida: «miren, esa mi ama, la mejor del mundo, la única, la insuperable, la irrepetible; nadie, absolutamente nadie, como ella».
La pandemia nos ha regalado en estos dos últimos años un montón de horas juntos y te convertiste durante el teletrabajo en mi compañero más fiel, gran parte de mi jornada laboral tumbado en el sillón que hay justo detrás del ordenador, a ratos dormitando y a ratos volviéndome a mirar, mientras yo escribía, con tal admiración como si me mereciera el premio Pulitzer todos los años o incluso que inventaran el Premio Nobel de Periodismo solo para mí.
¿Qué voy a hacer ahora sin ti Lito? ¿Cómo llenar el inmenso vacío que dejas en casi todos mis alrededores, en casi todos mis espacios, en casi en todos mis momentos? Tengo que acostumbrarme a vivir contigo pero sin ti, después de que nuestra unión, nuestro invisible hilo rojo, se hiciera aún más fuerte si cabe últimamente con tu dependencia en la vejez y con mi irremediable miedo a perderte.
Durante los últimos años muchas veces te miraba y pensaba con pena lo poco que te quedaba de vida, lo difícil que se me iba a hacer todo. Ya ha sucedido y es verdad que duele, duele muchísimo, aunque perdura, por encima de todo, incluso en estos momentos, la alegría de haberte tenido.
Te he incinerado Lito, porque yo no quiero ser esparcida en un prado verde ni entre las olas del mar; yo quiero descansar junto a los míos. Por eso tus cenizas vendrán conmigo y así mis restos podrán reposar en un lecho de lealtad, de compañía, de verdad, como el amor de un perro, como tu amor, tierno, infinito, eterno, inmortal.
*Periodista