Hay un dicho popular que sentencia que «quien mucho corre, pronto para». Como ocurre con otros saberes asentados en el imaginario colectivo, el sentido de lo que entraña este apotegma es aplicable a múltiples ámbitos y aspectos de la vida. 

La pandemia ha condicionado nuestra existencia a lo largo de los dos últimos años. Durante este tiempo, hasta el más mastuerzo ha comprendido que hay una serie de elementos de prevención y defensa que tienen un alto grado de efectividad. Pero se ha decidido ignorar lo que ya se sabe para tratar de convencer al personal de que el martirio está llegando a su fin. Y ojalá todo terminara pronto; es lo que todos deseamos. Pero hay elementos más que suficientes para dudar de que así sea. Y como estos elementos existen, resulta una auténtica temeridad ese dictamen oficial que viene a anunciar que prácticamente todos los protocolos desaparecerán a partir de la próxima semana.

Sé que, en estos momentos, el planteamiento que realizo no es el más popular, porque la gente está hasta la coronilla de las mascarillas, las cuarentenas y de que le metan el palito por las fosas nasales. Pero el virus sigue ahí, y la estrategia del avestruz no contribuirá a aniquilarlo de manera definitiva. 

Las autoridades ya han confirmado que las cuarentenas van a suprimirse, salvo en ciertos casos en los que quedarán reducidas a la mínima expresión. Las pruebas solo se realizarán a colectivos vulnerables y en casos graves. Y próximamente se eliminará la obligatoriedad de la mascarilla en interiores. Todo esto contribuirá a que los contagios se multipliquen. Pero, como ya tampoco se publicarán datos sobre los índices de contagio, nadie se alarmará por ello.

Todos estamos cansados. Pero, entre promover una serena transición a la normalidad y hacer como si aquí no pasase ya nada, hay un trecho que no debería recorrerse con tanta celeridad. A día de hoy, sigue enfermando y muriendo demasiada gente. Y algunos políticos vuelven a repetir la cantinela cruel del principio de la pandemia, cuando afirmaban que el virus solo era peligroso para los mayores y para enfermos e inmunodeprimidos. Vamos, como si esas personas no tuvieran derecho a una esperanza de vida mayor. Pero, además, siguen feneciendo también los jóvenes. Esta semana, sin ir más lejos, fallecía un chico de 20 años en Zafra. Y si esta cepa -supuestamente atenuada- del virus provoca eso, imagínense si vuelve a mutar (y no duden de que lo hará, porque sigue habiendo centenares de millones de seres humanos sin vacunar por todo el planeta). 

Siento ser agorero, pero, o mucho me equivoco, o, de nuevo, acabaremos lamentándonos por hacer piruetas sobre el abismo sin disponer de una red de seguridad. Por la mala cabeza de nuestros gobernantes, el virus nos volverá a pillar en paños menores. Cuídense.

*Diplomado de Magisterio