Soy nieta, hija y hermana de agricultores. Vaya eso por delante para aclarar desde un principio que mi opinión sobre las manifestaciones del gremio de los últimos días y las reacciones a las mismas, no es ni mucho menos imparcial. Pero también, para que se sepa que conozco el paño. Y no de oídas, ni de pasada, ni de verlos en las redes sociales o en los medios. 

Por eso me duele la condescendencia y la falta de empatía de la sociedad para con ellos y sus reivindicaciones. Que la semana pasada hubiera quien le echara más cuenta a las declaraciones de Rosa López sobre sus dificultades económicas en 'Lo de Evolé', que al grito de socorro de miles de hombres y mujeres del sector primario, dice mucho de la sociedad en la que vivimos.  

Solicitan una bajada sustancial en el precio de los combustibles y trabajar con un margen del 30% sobre los costes. Dos peticiones tan cabales y tan honradas como lo son la mayoría de ellos. Y sin embargo, saben que tienen todas las de perder una vez más y que sus concentraciones, condenadas a ocupar unos escasos minutos en los informativos, sólo acaparan el foco mediático si a alguno se le sube la sangre a la cabeza y se lía a manporrazos. Entonces sí. 

Ellos no tienen la capacidad de presión que tienen sus compañeros los transportistas, que han conseguido poner contra las cuerdas al ejecutivo de Sánchez. Y sin embargo, llevan mucho tiempo sin levantar cabeza sin que haya hecho falta ninguna guerra con Rusia para justificar su precaria situación. 

Hace mucho que no les salen las cuentas. Llevo escuchando desde pequeña cómo los precios de las aceitunas, la uva, los cereales o las pipas de girasol, que tan de moda están ahora, se estancaron años atrás y no llegaron nunca al siglo XXI; mientras los de los pesticidas, los abonos, los seguros, la maquinaria, los combustibles y hasta las cuotas que pagan a las patronales, no han dejado de crecer al ritmo de todo lo demás. 

Por eso escuecen las bromas y los memes sobre las subvenciones que cobran de Europa o sobre la indumentaria 'sospechosa' de algunos asistentes a las marchas celebradas en Madrid, que para nada representan a la base de los trabajadores de la mayoría de los pueblos extremeños. Es cierto que todavía quedan latifundios y terratenientes. Familias de 'recio abolengo', con apellidos como Domecq, Mora Figueroa, Botín, Vall, Ybarra o Lladó, que son los grandes beneficiarios de las ayudas de la PAC sin labrar la tierra, ni intención de hacerlo. Unos pocos que son los que más 'trincan' y que les dan mal nombre a los demás, pero son los menos.  

Los más son los hombres del campo como mis abuelos, mi padre o mis hermanos. Que aman la tierra por encima de todas las cosas, que trabajan de sol a sol, que miran al cielo desesperados por la falta de agua la mayoría del tiempo, que hay meses que gastan más que ganan y que, sin embargo, disfrutan de su trabajo a diario, porque no hay ninguna otra cosa en el mundo que les guste más. 

Me hierve la sangre con la poca vergüenza que ciertos políticos intentan utilizar sus reivindicaciones con fines electorales y para colarse en la foto. Me escandaliza la poca presencia de sindicatos y patronales para apoyarlas. Y sobre todo, me repugna la poca memoria de la población en general y la falta de empatía a la hora de solidarizarse con ellos. Como si con ellos no fuera la cosa. 

No hace tanto, una pandemia que ya parece olvidada, aunque se siga llevando por delante miles de vidas, nos puso en perspectiva la valía de según qué profesiones. Meses atrás, los agricultores siguieron trabajando para que tuviésemos qué comer, mientas la mayoría esquivaba al bicho encerrados en sus casas. Y no dudaron en ofrecer sus tractores para desinfectar las calles, cuando parecía que el 'todos a una' nos igualaba por fin en una sociedad en la que desde hace décadas prima el individualismo más salvaje. Ahora todo parece olvidado.

En una de sus manifestaciones de la semana pasada rezaba una pancarta: 'No somos de derechas ni de izquierdas, somos los de abajo y vamos a por los de arriba'. Que no se engañe nadie, la mayoría estamos en la misma posición que ellos, y hasta que no nos demos cuenta de cuál es nuestro 'bando', seguiremos tragando mierda mientras los otros se enriquecen. 

*Periodista